A propósito de nuestro acento, de Lola Flores y de las cosas que importan
Tribuna ·
Lo que necesitamos son ejemplos que muestren al mundo que independientemente del acento se triunfa por el talento, por el esfuerzo, por el trabajo, por todo lo que hay detrás de una foto, y no por la foto mismaViernes, 26 de febrero 2021, 00:14
De toda la vida ha habido acentos y acentos acomplejados. Atravesar Despeñaperros y metamorfosear hasta el punto de ir asumiendo 'eses' por el camino es ... síntoma de lo segundo, amén de ridículo. Nos acercamos al 28 de febrero y muy oportunamente han resucitado a Lola Flores –ahora que es icono pop– para que nos diga por televisión que hay motivos para amar nuestras raíces. Yo creo que eso es verdad, pero no es toda la verdad. La campaña publicitaria es excelente, eso lo debo reconocer. Me gustan las cosas que son buenas o están buenas; por eso me gusta el anuncio de Cruzcampo y la cerveza Alhambra.
Sin embargo, otro anuncio se ha colado en la agenda política, y precisamente por su falta de acento. Se trata del que ha hecho el Gobierno de la Junta de Andalucía para conmemorar el día de la región. No aparece la bandera, ni muchas de las imágenes se corresponden con Andalucía. Como en toda publicidad, lo que se ve es mentira. Diría más: ¡qué malo es el vídeo! Se podría haber hecho para Cornualles y nadie se daría cuenta. Aquí hay algún torpe, con complejo, que no ha tenido a bien mostrar la bandera del Estatuto de Autonomía por el día de la comunidad. Aunque para mí sean más representativos otros símbolos menos grandilocuentes, hay que reconocer que ese es el institucional.
El problema es que todo termina siendo una cuestión de banderas. Dice la oposición en Andalucía que el Gobierno de la Junta se avergüenza de la suya; y lo hace cuando ellos mismos no han sido capaces de reivindicar la bandera nacional donde no son oposición: muchos años en Sevilla, y ahora tampoco en Madrid. Hay un vicepresidente al que la hemeroteca le sigue persiguiendo: «Yo no puedo decir España, yo no puedo utilizar la bandera rojigualda». Luego aparece Teresa Rodríguez en el programa de Risto Mejide, poniendo cara de «tierra, trágame» cuando le muestran en directo los ocho últimos anuncios conmemorativos del 28-F y resulta que casi todos optan por un acento neutro (ninguno generó escándalo en su partido, cualquiera que sea).
Todo esto me lleva a preguntarme: ¿existe solo una forma de hablar y de ser en Andalucía? ¿Habrá que estigmatizar o acomplejar a quienes tienen un acento menos marcado, pero son o se sienten de aquí? ¿En eso consiste el progreso y la pluralidad? Una vez escuché a Joaquín Sabina decir que lo que no podía aguantar de Andalucía era el «andalucismo profesional, el tiene una 'grasia que no se puede aguantá', que acaba siendo terriblemente estomagante». Aunque no sería tan categórico, pensar así no nos hace mejores ni peores andaluces –me perdone Sabina por ponerme en su equipo–. Aquí uno de los dramas de mi vida: no toco las palmas ni por sevillanas, no soy cofrade, mucho menos canto o bailo, y avergonzado reconozco que la siesta no va conmigo. Aun así, no creo que pueda haber una policía de la identidad, como no debe haberla de la sexualidad, ni de nada que esté dentro de las normas. La nueva libertad no me gusta.
Saben una cosa, Lola Flores no triunfó por su acento. Lola Flores triunfó por artista. Ella podría haber nacido en San Cugat, y estoy seguro que entonces habría escuelas de sardana en Japón. El mensaje que estamos transmitiendo vía instagram y similares es que el envoltorio es lo importante. Imágenes vacías. El acento va con nosotros, es parte de nosotros y nos da personalidad; como nos la da sentirnos andaluces o fans de Sabina. Mi acento no me define, me describe. Mi acento no me limita, pero tampoco me hace merecedor de un premio, exactamente igual que mis banderas.
Lo que necesitamos son ejemplos que muestren al mundo que independientemente del acento se triunfa por el talento, por el esfuerzo, por el trabajo, por todo lo que hay detrás de una foto, y no por la foto misma. Yo soy naturalmente andaluz, sin plantearme la pureza de mi acento –que debe ser muy poca–. Por cierto, ¿cuál será el andaluz que debe aparecer en los vídeos promocionales? Porque desde Punta Umbría hasta Cabo de Gata hay un arco considerable. La mayoría no me representan y aunque todos los reconozco, no quiero que haya uno institucional.
No discutan por acentos ni banderas, es mejor dejarlos estar. Unos y otros tienen sus límites. El habla deja de ser autóctona cuando se habla mal; y las banderas dejan de ser legítimas cuando se asocian a ideas que están fuera de la ley. Quienes pasan estos límites son los que considero malos andaluces. Ni respetan su lengua, ni respetan sus símbolos o los de otros.
Hay que ser muy canalla para utilizar como se utiliza en España la cuestión identitaria, que está en el corazón de las personas y de la que se aprovechan unos en Madrid, otros en Sevilla, y no les digo los que están en Barcelona. Banderas buenas y banderas malas en medio de una pandemia. Dan ganas de insultarles, pero en andaluz que se le llena a uno más la boca.
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