Día del profesor, también hoy
En este periódico tenemos la suerte de contar con otro Cabrero, su hijo, fiel reflejo de aquel profesor de apariencia severa y generoso corazón
Jesús Lens
Granada
Domingo, 29 de noviembre 2020, 01:21
Cecilia. Andrés. Cabrero. Sopeña. Hoy les quiero hablar de algunos de los maestros de mi vida. El pasado viernes se celebraba el Día del profesor, ... del maestro. Pensando que habría muchos artículos, columnas, entrevistas y reportajes sobre el particular, preferí dejarlo para más adelante, por no agobiar. Luego resultó que no fue para tanto y la celebración pasó sin pena ni gloria.
Cecilia acrecentó mi pasión por la literatura. Espoleaba nuestra curiosidad animándonos a escribir sobre temas de actualidad. A debatir de cuestiones como la tauromaquia o el deporte femenino, obligándonos a defender posturas con las que no estábamos de acuerdo para enseñarnos a buscar argumentos. Me inculcó la pasión por contar historias, además de imaginarlas. ¡Gracias, Cecilia!
Andrés dejó su impronta fuera de las aulas. A través de su pasión por el deporte, enseñándonos a esquiar en Sierra Nevada. Muchos años después, cruzándome con él cuando corría, incansable, por el camino entre La Chucha y Calahonda. Y en las pruebas del Circuito de Fondo de Diputación. Mens sana y corpore sano. Ejemplaridad. Esfuerzo. Compromiso. ¡Gracias, Andrés!
En la EGB, a los maestros les llamábamos por el nombre. Ella era la señorita Cecilia. Él, Don Andrés. Ahora soy consciente de lo sexista de aquella diferenciación. Entonces, era lo usual. En BUP, se imponían los apellidos. Cabrero, Ignacio, me enseñó Humanidades. Y me enseñó a amarlas a través del conocimiento y el descubrimiento. Como Cecilia, fue otro de los profesores que me espolearon para contar historias buscando puntos de vista diferentes, imaginativos y originales. Pensamiento lateral, le llaman ahora. En este periódico tenemos la suerte de contar con otro Cabrero, su hijo, fiel reflejo de aquel profesor de apariencia severa y generoso corazón. ¡Gracias, Ignacio!
Otro Andrés, Sopeña, es prueba viviente, y riente, de que el humor no está reñido con la docencia, el estudio y la formación. Su huella también trascendió la estrecha dimensión de las aulas. Él me enseñó a mirar los cuadros, además de verlos, en unas jornadas auspiciadas por la CNT. A arañar la superficie de las películas del Oeste para encontrar la dura realidad que se esconde tras su aparente candidez. A pensar por mí mismo. ¡Gracias, Andrés!
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