Venía dispuesto a comentarles los dos bolos que tengo hoy y mañana. Esta tarde, en el Ateneo de Granada, cambiaré impresiones con las escritoras Clara ... Peñalver y Andrea Ambel sobre lo viejo y lo nuevo en el género negro. Y mañana, en Picasso, presento la tan estupenda como desasosegante nueva novela de José Luis Ordóñez, 'El sintonizador', publicada por Algaida.
Tenía pensado escribir de estas dos citas, a priori interesantes y entretenidas, pero el martes escuché hablar a Miguel Ríos en conversación con Alejandro Víctor García, y estoy loco por comentarlo. Me encantó lo muy bien que habló Miguel, sin escatimar elogios, de los libros biográfico-musicales de Eric Jiménez, destacando su autenticidad y su prosa directa y sin artificios. Y me sorprendió su disección del trabajo de Rosalía. Nos dejó turulatos su comentario sobre la deconstrucción picassiana de la música que hace la artista.
La cita fue en el Lemon Rock, uno de los templos de la cultura granadina contemporánea. Un espacio en el que, si tuviera diez años menos, pediría banqueta reservada para toda la temporada. Una tarifa plana para poder decir, como los londinenses, eso de «veámonos en mi club».
Más cosas de Ríos: el concepto de transterrado, pero en sentido positivo. Porque se fue joven de Granada y dio muchas vueltas por el mundo, pero siempre llevaba con él un pedacito de su tierra. Resultó emocionante escucharle hablar de los nervios electrizantes al escuchar a Elvis por primera vez y su paso por los almacenes Olmedo, que Miguel no olvida de dónde viene.
Unas horas antes de la cita en el Lemon, en el marco del MauerFest que organiza Martín Domingo, tuve ocasión de charlar con Miguel en la terraza del Chikito, otro sitio por el que conviene pasar muy a menudo. Comentamos la tremenda exposición de Juan Vida y hablamos de libros, letras, derechos de autor y otras maldades. Y del megaconcierto por Ucrania de esta noche en el Palacio de los Deportes, una cita imperdible.
De todo lo mucho, bueno y divertido que contó Ríos en el Lemon, incluida la bronca punki a unas personas que no callaban y le hacían perder el hilo, me quedo con esta perla sobre en qué gastaba el dinero que empezó a ganar de muy jovencito: «En vez de comprar cosas rutilantes, invertí en aprender mi oficio».
Esa lección habría que escribirla en los sobrecillos de azúcar que endulzan nuestro café mañanero o, al menos, esculpir sus palabras en el frontispicio de algún edificio importante de Granada. Si las dice Bill Gates, se habrían hecho virales. Víricas, incluso. Genio y figura, Miguel Ríos.
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