La primavera sin verano
rebeca alcántara garrido
Lunes, 4 de mayo 2020, 22:52
Se ha pasado abril sin darnos cuenta. O dándonos más cuenta que nunca. El único mes del calendario que tiene un nombre capaz de volverse ... nombre propio. El lluvioso del refrán de primavera, que lo ha sido y mucho este año. El más damnificado de la pandemia. El que no ha sido de principio a fin. El abril más solo de todos los abriles. Un abril lleno de cosas que no se hicieron y de anuncios de cosas que no se harán. Un abril en el que casi todas las cuentas han sido restas. Un abril feo. Un abril triste y perdido. Un abril en mitad de una primavera que casi no ha existido.
Dice el hombre del tiempo ahora que llega el calor, que habría sido un gran puente de mayo, pero que no será. Y nos han pillado los treinta grados con las enaguas puestas y los jerseyes de invierno en los cajones. Pensando en si cambiar el armario, en un tiempo que se ha parado. Todo más limpio que nunca. La casa y la ropa. Y en las cuerdas de las azoteas y de los balcones sólo se tienden pijamas y sábanas y toallas. Todos los días. Todas las semanas. No hay ni faldas, ni flores, ni camisas de manga corta que buscan su momento, ni rebecas de por si acaso que no van a ser, porque por las noches ahora ya no refresca.
Esa primavera que es como ser feliz a las tres cuando me dices que vendrás a las cuatro. Esa puerta a un verano que también es ahora incierto. A unas vacaciones que no sabemos dónde ponernos. Una primavera de no planear viajes, ni zambullirte por primera vez este año en la playa. Con toda su luz chocando todos los días contra las ventanas. Una primavera sin esos disfraces de cuando no sabemos cómo vestirnos. Repleta de cumpleaños por videollamada. Sin la sangre alterada ni helados. Pero con todas las ganas. Las ganas que no son ya de grandes cosas, sino de pequeñas normalidades que se han vuelto extraordinarias. Las ganas de un abrazo de los que te hacen crujir los huesos por dentro. De un beso retorcido y apretado de abuela en la mejilla del que antes tanto te quejabas. De los que dejan baba. De una cerveza mal tirada, con mucha espuma, que rebosa por los bordes y te mancha. De un paseo que termine en una playa. De subirte a un coche sin saber a dónde irás. De bailar. De oler. De tocar.
De tocar el timbre de casa el domingo y que huela a paella o a tortilla de patatas o a croquetas. Y a feliz día, mamá. Y luego discutir. Que hasta de peleas tenemos ganas.
Ya no nos queda abril. Y hay mucha vida que ya no tendrá más abriles ni más primaveras ni más sumas ni más restas.
Ya es mayo. Y los que seguimos aquí tendríamos que estar obligados a celebrarlo. Aunque haya que mantener la distancia de seguridad con un verano que pinta raro.
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