Política intubada
Huesos de aceituna ·
Definitivamente, esto no va con ellos y ellas, subidos a sus respectivos escaños como si estos fueran atalayas sobre la nieblaJosé Luis González
Jaén
Sábado, 9 de mayo 2020, 00:25
No pasaron ni 24 horas para que la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, justificara la necesidad del estado de alarma mientras ... no dispongamos de una vacuna contra la Covid-19. ¿Se imaginan poner en semejantes manos la salud y las vidas de millones de madrileños y madrileñas, aun a sabiendas de que muchos de ellos y ellas la eligieron? De todos modos, la última prórroga del estado de alarma autorizada por el Congreso de los Diputados me dejó un amargo sabor de boca. Una vez más, los mandobles verbales se sucedieron entre sus señorías con esa pátina grosera y desenfadada del pijerío patrio, siempre más preocupado por los votos que por el fondo. Un punto de vista que se aleja con evidente frivolidad de los dramáticos efectos de esta pandemia que padecemos y que padeceremos durante un indeterminado periodo de tiempo. Definitivamente, esto no va con ellos y ellas, subidos a sus respectivos escaños como si estos fueran atalayas sobre la niebla; un manto blanco y espeso que les separa, allá arriba, del resto de los mortales. Sinceramente, nada puede extrañarme ya. Se criaron y medraron laboral y académicamente en los aparatos de sus formaciones políticas al amparo de 'maestros' de la confrontación y 'trileros' de la comunicación. Abjuran en público o en privado de la enseñanza pública y universal, y sobre todo de materias como la filosofía, la literatura o la historia. Por no hablar de la cultura y las artes en general y de los artistas y ejecutantes en particular. Entonces, ¿podemos esperar grandes y sesudos discursos, sentido de Estado y altura de miras? No, definitivamente no. Con esos mimbres, tan solo podemos aspirar a este cesto.
Comenzaré por el Gobierno de coalición. Sus errores han sido tan evidentes y, en algún caso, aireados que, dejando a un lado la justificación del inopinado azote de este virus a nivel global, también habría que ponerlos en consonancia con las contradicciones de la bicefalia de poder. Las costuras del acuerdo entre el presidente Sánchez y el vicepresidente Iglesias crujen en demasía. Además, algunas de las discrepancias parecen tan fácilmente resolubles que semejan una competición a ver quién la tiene más larga. Sin embargo, en otras ocasiones la metedura de pata se ha producido por pretender ser más papistas que el Papa. Como el asunto de los portavoces uniformados en las concurridas y numerosísimas ruedas de prensa. Demasiados intereses, demasiados ingredientes en el caldo para un potaje que se veía venir: un error de comunicación tras otro cuyo culmen lo protagonizó el jefe del Estado Mayor de la Guardia Civil. Ya no aparecen altos mandos en esa primera línea de exposición pública, pero su trabajo sigue siendo muy necesario donde debe serlo. Bueno, salvo en lo que se refiere a esos estériles paseos –que a ratos parecían desfiles- del ejército en las calles de nuestros municipios; de antemano muy bien protegidos estos meses -hay que subrayarlo- por la Guardia Civil y la Policía Local.
Pero claro, la criticable gestión de la pandemia por parte del Gobierno español no tiene parangón con la disparatada respuesta de buena parte de la oposición parlamentaria. Partido Popular e independentistas catalanes –ya incluida ERC- exhibieron el pasado miércoles, no ya la nula voluntad de remar juntos contra la Covid-19, también una ceguera política que será estudiada en el futuro como un paso de gigante en la cuenta atrás para el definitivo deterioro de esos partidos. El cada vez más desnortado Pablo Casado –hasta su rostro le delata-, a base de insultos y palabras gruesas, quedó a rebufo de los diez diputados de Cs en una calamitosa maniobra orquestada por José María Aznar con la participación de la marquesa de Casa Fuerte y Teodoro García Egea. Así se lo ha afeado ya un numeroso grupo de 'barones' y parlamentarios populares. En cuanto a ERC –de los de Torra, para qué malgastar palabras-, el discurso de Gabriel Rufián, planteado a la defensiva, hizo ruborizarse a su 'yo' de izquierdas ante su 'yo' independentista. «Menudo marrón me he comido; ¡hasta Cs ha votado con la izquierda!», pensaría. Eso sí, el Parlamento entró ya en coma y necesitó ser intubado cuando nuestro Cid de baratillo se envolvió en la bandera arco iris y nos mostró la versión 'gay friendly' de la extrema derecha. Qué gracia… y qué asco.
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