Plaza de Carlos Cano
«En tu plaza, Carlos, se oyen hazañas de juventud con un cartón de Don Simón en la mano»
Tito Ortiz
Martes, 13 de agosto 2019, 01:28
Si estuvieras aquí, Carlos, cada tarde en tu plaza, en un banco, les cantarías con tu guitarra a estos benditos desheredados. Los verías salir por ... la mañana, de la esquina de la calle Varela, a unos con la esperanza en la cara y a otros con el semblante de los derrotados. Cada rostro tiene una historia, capaz de conmover al más calmo. Son historias de amores y desengaños, de sus vidas que ellos mismos truncaron, o aquellas que la sociedad jamás escuchó para ayudarlos. En la plaza de Carlos Cano, en tu plaza, Carlos, se oyen hazañas de juventud, con un cartón de don Simón en la mano. Hablan de cuando el futuro se les fue de las manos. Unos que se resisten a aceptarlo están en proceso de enderezarlo. Otros se tragan la derrota y cuesta más levantarlos.
En esa casa de Varela que hace esquina con tu plaza, profesionales y voluntarios hacen todo lo posible porque estos hombres vuelvan al tajo de la vida, cicatrizando las heridas, con el bálsamo del cariño olvidado. Son como una familia que muchos de ellos nunca tuvieron y otros la desperdiciaron. Pero nunca es tarde, mientras quede el último grano en el reloj de la vida, para cambiar el rumbo y dirigir la nave a un nuevo puerto en el que recuperar la autoestima.
Si estuvieras aquí, Carlos, les cantarías la murga de los currelantes para animarlos, compartiendo un cigarro, y comprobarías que a los que todo lo han perdido es muy fácil sacarles una sonrisa. Tienen necesidades de abrazos, de afectos, de conversaciones, de un hombro en el que apoyarse. La vida les ha dado hasta en el carnet de identidad. Es verdad que otros se lo han buscado, pero todos merecemos una segunda oportunidad, aunque hayamos caído desde muy alto. Te cuentan historias de una infidelidad, que nunca superaron, o de aquel primer porro que los llevó cuesta abajo, de las malas amistades, de cuando se quedaron en el paro, o de aquel desahucio maldito, que los llevó a dormir en un banco.
Te sorprenderías, Carlos, si supieras que muchos son universitarios, que otros llegaron a ser empresarios. Los hay rebeldes sin causa y otros acribillados por un sinfín de infortunios, dignos de un novelón policiaco. Historias que en la pantalla te harían elogiar al guionista o escritor, las tienes en tu plaza a diario. Gentes que han tocado tanto fondo que son felices con el solo hecho de que les des los buenos días y no pases de largo. Hombres hechos y derechos, con alma de niños, anclados en los recuerdos de un pasado lejano, cuando pertenecían a este mundo tan deshumanizado, que hoy vuelve la cara, cuando los ven sentados en un banco, a la espera de un futuro que puede ser dentro de un rato. Felices de no pelear por un cartón con que taparse durante la noche en un parque. Por no tener que mendigar para comer o por tabaco, sabiendo que en esa fachada de tu plaza tienen cama y comida, que para ellos ya es un paso.
Si estuvieras aquí, Carlos, les contarías tus historias de emigrante, cuando te fuiste al extranjero a trabajar con tu maleta de cartón y una guitarra parlante que por las noches te decía: «Volvamos Carlos, que tienes que cantarles, que estos no se pueden quedar sin el consuelo de un cante, que hable de sus penurias, de sus hazañas y chances, que tú eres de ellos, más que la Luna y el aire, que nunca les falte tu aliento y un empujón para adelante».
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