Un pintor/restaurador granadino: Antonio López Alonso
El azar me ha llevado al Estudio/taller del granadino, donde he contemplado y admirado la orgía pictórica casi arruinada de los testimonios artísticos de antaño
Carlos Asenjo Sedano
Martes, 25 de junio 2019, 23:22
Después de haber contemplado, en el Prado, la obra de fray Angélico, y la revolución pictórica que introdujo en el arte sus pinceladas y sus ... colores, que en Florencia, –la de Bruneleschi, Giberti y Donatelo–, en el quatrocento, logró transformar el concepto gótico del arte para dar paso al balbuciente renacimiento, cuya ejemplo más notable, aquí, en España y Granada, será el castillo de los Mendoza en La Calahorra del Sened, me he puesto a pensar adonde ha ido a parar la tradicional y valiosa escuela granadina de pintura, tan representativa hasta hace sólo unos decenios, pero ahora escasamente perceptible.
Y ocupado en esas meditaciones, hete aquí que el azar me ha llevado al Estudio/taller del granadino pintor/restaurador Antonio López Alonso, en donde he contemplado y admirado la orgía pictórica casi arruinada de los testimonios artísticos de antaño, casi todos procedentes de esa escuela granadina, de iglesias y monasterios, quizá también algunos de marchantes, sumidos en el abandono y descuido de los tiempos y de sus propietarios, casi todos más o menos encajados en el barroco, a veces decadente, y a los que nuestro restaurador, como un verdadero taumaturgo, con paciencia y mucho arte, va devolviendo a la vida de su realidad pictórica primitiva, a la esencia de su mensaje metafísico, en un alarde de virtuosismo y recreación colorista, en donde pugnan los juegos del color múltiple con la perfección del trazado figurativo.
Hay, sobre todo, escenas sagradas, de acuerdo con aquella época y también de acuerdo con la mayoría de los demandantes, obviamente muchas bíblicas, composiciones complejísimas de personajes variopintos, descomunales lienzos sólo aptos para espacios eclesiales, en los que la liturgia juega con la infinidad de colores y sus variantes amén de con el sabio y perfecto ensamblaje de las telas de dimensiones fuera de todo mercado. Con todo lo cual nuestro restaurador logra devolver a la contemplación objetiva y virgen del tiempo y del espectador, a la época de su creación, infinidad de lienzos que un día deslumbraron al público y que la desidia del tiempo y de su titulares y propietarios ha dejado que la pátina de los años los cubra de indiferencia.
Y he pensado que bien merecía que esta labor de verdadera refundación del arte de una época que iluminó nuestra tierra bien merecía una exposición pública, a la moderna, para recuperar algo de nuestros tesoros perdidos o abandonados, aunque tal exposición seguramente nos llene de melancolía. La melancolía del tiempo perdido, y también de la nostalgia por buena parte de nuestro arte que, quizá todos hemos dejado escapar.
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