El día que perdimos 'eso'
Y así, hoy, hemos llegado a construir una sociedad en que, por analogía, casi todos hemos perdido la vergüenza, y lo que ésta lleva a cuestas: la dignidad, la fidelidad, el honor, la humildad, el decoro, la caridad, la buenas formas, etc, etc, y mucho más
Sábado, 24 de abril 2021, 00:16
Con el franquismo, ayudado por la santa madre Iglesia, las tentaciones lujuriosas de nuestra ya amplia sociedad media, bastante acomodada, permanecía bajo estrictas líneas rojas ... que solo se saltaban algunos a escondidas y sobre todo algunos sectores, como siempre, de la alta sociedad. El ansia soterrada de los habitantes más próximos a la frontera francesa era escaparse a tierra franca, y allí disfrutar de las visiones prohibidas aquí.
Pero llegó la 'santa transición' y con ella la democracia y la llamada 'libertad' sexual, amparada a la sazón por la simultánea aparición de la llamada 'píldora de seguridad sexual', y entonces nuestros indígenas –ellos y ellas– tuvieron campo abierto no ya para irse a Francia sino para saborear en nuestra propia y honesta tierra los goces de la carne, el manjar supuestamente desconocido al parecer por los hispanos, pese a ser el placer más trágico y también el más extendido, amén del pecado ¿? más antiguo de la humanidad. Lo mismo entre humanos que entre animales, el más gozoso pero también el más frustrante, por lo que no se explica tanta expectación por la llegada de esta novedad libertina, un arte tan antiguo, tan monótono, tan aburrido en el fondo, a pesar de su ampulosidad, tan amargo al final como placentero al principio.
Pero como digo, la apertura de las fronteras –sobre todo la francesa– la asistencia a lo nunca visto, el espectáculo europeo de París, Amsterdam, Hamburgo... y tantas otras grandes ciudades tan renombradas por su cultura y modernidad, deslumbró al españolito como si asistiera por vez primera a la llegada a Marte, como si en el fondo y en la superficie, tales espectáculos no los disfrutara él 'in domo sua', a su manera, o el novedoso espectáculo extranjero, dijera algo nuevo, en el fondo, al honesto o pecador españolito tan rijoso como disimulado.
Pero lo más llamativo del proceso, del relato como se dice ahora, es que la clase alta –alguna, que hay otra muy comedida– el día en que se puso de moda lo que apellidaron el destape, muy atinadamente, la pregunta y su respuesta, era ésta: «¿Y cuándo perdiste 'eso'?» «Pues yo lo perdí en un guateque...» Y así un motón de preguntas y respuestas de la misma guisa. El 'eso' obviamente se refería a la virginidad femenina, de cuyo problema, de momento estaban exentos lo varones, de suyo casi todos mártires por abstinencia. La virginidad femenina, el valor más alto de la mujer desde los tiempos faraónicos, o antes, cuando moceaba Eva.
Este relato de las clases altas degradadas, amén de las gentes del arte y la llamada alta society, pronto transcendió a la sociedad medio burguesa, tan amiga de imitar a las clase tenidas por altas, y en un santi amén, todas, o casi todas, se lanzaron a perder 'eso'. Los hombres por suerte quedaban fuera del relato por razón de principios, o pensando en los beneficios de tornarse gays por probar esta novedad.
Pero como en la vida todo pasa y transcurre, pronto la sociedad se sació del nuevo fenómeno y fue pasando del 'eso', quizá porque ya nada quedaba por perder, pues casi todo estaba ya perdido, y pasó a un nuevo relato y pregunta. Porque como era lógico y natural, una cereza trae enredada otra cereza, y de preguntarse por la perdida del 'ese' ahora, por elevación lógica, tras la perdida de algo ya poco importante, llegó la nueva pregunta: «¿Y tú cuando perdiste la vergüenza?» La pregunta surgía tras contemplar el fenómeno en la alta sociedad más o menos degradada, que también desde arriba ha logrado hacerse imitar por buena parte de las clases populares, con la consecuencia lógica de que, en este relato, la pérdida de la vergüenza ya no afectaba solo a las mujeres sino también a los hombres principalmente, sin distinción de clases, oficios o fortunas.
Y así, hoy, hemos llegado a construir una sociedad en que, por analogía, casi todos hemos perdido la vergüenza, y lo que ésta lleva a cuestas: la dignidad, la fidelidad, el honor, la humildad, el decoro, la caridad, la buenas formas, etc, etc, y mucho más
Y como consecuencia, he ahí los matrimonios que han sustituido el amor que ata por el placer que acaba rompiendo todo vínculo, dejando a la intemperie a la prole desprovista no ya de alimentos sino de sentimientos, en donde el fin de lo natural muere a manos de lo efímero del goce carnal, donde no se respeta la palabra dada ni el compromiso contraído, donde un euro vale más que una palabra, una promesa o un juramento.
Antaño las gentes se preguntaban si hubo alguna vez las Once mil vírgenes de marras, a lo que hoy habría que preguntar si acaso hay los once mil hombres honrados que quizá buscaba el filósofo griego, para si los hay meterlos en una nueva Arca de Noé 'ad futurum'. Por lo que tal vez ya solo nos queda preguntar qué otra cosa, 'otro eso', nos queda por perder en el próximo futuro más allá de la dignidad de seres humanos.
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