Pedro y ese señor
Puerta Real ·
Habrá quien diga que es obligatorio que los grupos de izquierda se pongan de acuerdo, pero lo que tampoco es razonable es que se pida a un partido como el PSOE, con 140 años de historia, que se queme a lo bonzoLo que se está viviendo en la cosa política estos días es la más acabada representación del marxismo. Pero no del marxismo como interpretación del ... pensamiento de Karl Marx, sino del marxismo de Groucho en 'Una noche en la ópera'. Mayormente, en las últimas semanas ha acabado asemejándose peligrosamente a aquella escena tan manida del camarote en el que, a pesar de las estrecheces del habitáculo, acaban por meter un baúl y catorce personas. Eso era -más o menos- lo que quería Pablo Iglesias que sucediera en el supuesto gobierno de coalición que pretendió venderle a Sánchez: colocar dentro del Consejo de Ministros a medio partido porque el otro medio está ya buscando la puerta de salida.
Lo que pasa es que Pedro Sánchez, que es un estratega de la supervivencia, no ha caído en el error de milagro. Por ello puso a negociar a la vicepresidenta Carmen Calvo sabiendo que, cada vez que Echenique le soltase aquello de «la parte contratante de la primera parte», etcétera, etcétera), la cordobesa lo iba a mirar con cara de póker y le daría una larga cambiada. Es evidente que Sánchez no quería el acuerdo con un señor, Pablo Iglesias, que ha demostrado sobradamente que la prioridad ideológica es salvar su trasero de gran líder y el de sus adláteres y que lo demás resulta accesorio. Habrá quien diga que es obligatorio que los grupos de la izquierda se pongan de acuerdo, pero lo que tampoco es razonable es que se pida a un partido como el PSOE, con 140 años de historia, que se queme a lo bonzo. Y eso es lo que iba a suceder si convertía a Iglesias en vicepresidente del gobierno, entre otras razones porque Pablo no tiene conciencia de equipo (la única voz que le suena bien es la suya) ni preocupación por lo que implica la unidad de España. Es decir, esa cuestión -nada baladí- que se lleva defendiendo desde el 78 como «conciencia de Estado» de la que Carmen Calvo ha ido dando pistas sin querer ofender, pero diciendo -como acostumbra- las verdades del barquero. Lo cual que, no estando él en el Consejo de Ministros, el señorito de Podemos pensó que podría controlarlo desde fuera, metiendo a media docena de los suyos como caballo de Troya como desagravio. Lo que pasa es que no acababa de decir qué quería gestionar y eso embarulló tanto que, al final, sólo había una evidencia: «Más madera. Es la guerra».
Porque la cuestión era (y sigue siendo), eminentemente, de sillones, eso lo ha visto todo el país, lo mismo que esas negociaciones que han sido una caricatura de la diplomacia que debe aplicarse en estos temas, con constantes filtraciones, ofertas y contraofertas de ultimísima hora. Incluida la que hizo, en el último minuto, la cúpula podemita al PSOE (a través de la presidenta del Congreso, Batet) solicitando un receso. Pero Pedro dijo no. Sabe bien que Pablo no será nunca un aliado; ni siquiera un rival (como Casado o Rivera) sino un enemigo peligroso. Lisa y llanamente. Un enemigo que ya ha desatado una profunda crisis en Podemos fruto del enorme desencanto por ese grado de ambición que delata cada movimiento y esa certeza de que, en cualquier momento, puede repetir la frase de Groucho: «Estos son mis principios. Si no le gustan tengo otros».
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