Pedro Alvise

El otro día pensaba que este siglo, desde un punto de vista político, se caracteriza por una competición de degradación y de ridículo de liderazgos y gobiernos a lo largo de todo el planeta. No solamente debemos fijarnos en dictadores cantinflas como Maduro, que combina su tiranía criminal con adelantar las Navidades a octubre por Decreto; en Inglaterra un ex ministro relata en sus memorias cómo pensó en invadir Países Bajos para robarles las vacunas del Covid, mientras en Estados Unidos tienen que elegir entre Kamala y Trump. No son buenos tiempos para las democracias liberales porque ya no existen demócratas liberales en todos los partidos. Poco a poco se han ido difuminando esas reglas no escritas de cortesía y respeto entre gobierno y oposición y se han ido borrando esas líneas rojas que nunca se habrían pasado hace apenas pocas décadas. La inestabilidad y la ingobernabilidad de gran parte del planeta no es una maldición del destino, sino un resultado absolutamente lógico e inevitable mientras se sigan votando a los actuales gobernantes.

Aunque, llegados a este punto, también tenemos la desgracia de soportar a mindundis que nadie ha votado como Antonio Guterres, reflejo perfecto de lo que se ha convertido la ONU: un circo internacional donde colocar a afines con buenos sueldos y donde las tiranías de todo el planeta van a escupirle a Israel y amenazar a los Estados Unidos. La ONU es un carísimo chiringuito al servicio de ideologías totalitarias de izquierdas que solo sirve para dar cobertura institucional a los peores enemigos de eso que llamamos Occidente. No hay más que ver a toda la izquierda podemita- que es ya casi toda la izquierda en general- apoyando a Palestina y llamando genocida al presidente israelí. Esto, hace 30 años, era algo residual de algunos perroflautas que estaban en Izquierda Unida o por ahí perdidos. Ahora, sin embargo, es casi una política de Estado ante el conflicto árabe-israelí. Ver a homosexuales con la bandera de Palestina cuando allí serian inmediatamente colgados de las grúas, da una idea exacta de cómo tiene el cerebro el progresismo actual.

Pero siguiendo a Bolton, si no existe trumpismo, tendremos que buscar otra equivalencia para nuestro caudillo del Pilar. Como, por ejemplo, fusionarlo con Alvise, porque ambos han buscado vivir de la política a través de la mentira y la estafa. Uno lo ha conseguido a lo grande; el otro, por el momento, tiene 5 años asegurados. Pedro Alvise y el gobierno Frankenstein, un título magnífico para enmarcar todos estos años.