Paseando por el Paseo de los Tristes
Quiero aprovechar para volver a reivindicar la hermosa palabra de lo 'nazarí', de la que está tan llena Granada toda, la positiva, la histórica, la de ayer, la de hoy y también la de mañana, claro
Tico Medina
Granada
Domingo, 1 de septiembre 2019, 02:24
Bueno, pues aquí me tienen, no diría yo que como una rosa, aunque tengo de la rosa las espinas y sin ellas la rosa no ... sería rosa, dándome un garbeo por el Paseo de los Tristes, que es uno de los más bellos paseos del mundo. Y lo dice uno que ha paseado por tantos a lo largo de toda una vida y que va a cumplir los 85 la semana que viene, ya mismo. A ver cómo se me queda el cuerpo.
Es una gozada. A la derecha, esa Alhambra que cada día es más Alhambra. Desde que está Rocío Díaz, su nueva directora, la Alhambra no es cada vez más nuestra sino también más de los demás. Y ahora surge otra Alhambra, subterránea, debajo de la que hay, llena de misterios, de sombras, de luces también, pues no hay castillo sin sótano. Gloria bendita por descubrir. Adelante, doña Rocío, muy señora mía, y gracias por todo.
Paseo de los Tristes de Granada. A la derecha, insisto, la ciudad color sangre, color luna en la noche. Y a la izquierda, ese Albaizín mágico, único, por más problemas que tenga, y donde siempre quise vivir, aunque solo fuera por ver la ciudad soñada, aquella de la que un día aquel jeque árabe, pequeño y riquísimo, rodeado de su guardia personal, túnicas blancas de seda, cordones de oro puro, fusilas largas –sí, fusilas, no fusiles– y dagas yemeníes en el ombligo, dijo:
–¿Cuánto?– preguntó como quien todo puede comprarlo.
Quería, claro que sí, comprar la Alhambra, aquello que tenía ante sus ojos, ojos de camellero del desierto de arena bajo el cual yacía el milagro del petróleo. Más de cien mil billones, como poco, de elefantes de hace más de mil siglos, le tuvo que responder el alcalde de entonces después de no saber qué decir, claro.
–Dígale a su alteza el príncipe, que no se vende, que es no solo Patrimonio de la Humanidad entera, sino además del pueblo español, de Granada entera...
El Palace
Luego del 'mal trago', como decimos en Granada todavía, el jeque aquel, de la gran sortija con una palmera y un sable, al volver al Hotel Alhambra Palace, esa otra joya granadina donde le esperaba la 'suite' real, lo quiso comprar también porque tenía un parecido. Menos mal que el duque entonces le dijo que no y sigue siendo nuestro.
Ahora, otro gran jeque, el de Qatar –que además de tantas otras cosas es el dueño de Neymar– acaba de quedarse con una de las maravillas terrenales, ese carmen que también era nuestro... bueno, es un decir, de Granada. Ese carmen único, belleza pura, que quiere que sea para él y los suyos, porque así puede disfrutar de uno de los paisajes más bellos del planeta: ¡la Alhambra!
Ese Paseo de los Tristes... A la derecha, más allá del río, tantas veces pintado, retratado, contado y cantado, ese hotel Reuma, misterioso, con su magia dentro, claro que sí y que no termina de tener un destino. ¡Ay si no fuera por mis huesos! Ya pelearía con él, aunque fuera para estar al pie del río del oro, con sus gatos, con sus leyendas. Qué tiempos aquellos los del Rey Chico, al que yo no podía ir de joven, porque aquello era imposible de alcanzar… ¡Qué tiempos los de la torre de las Chirimías!
En los restaurantes, todavía el pionono de postre, tan granadino, tan nuestro. Aunque por lo visto ahora –lo tengo en mis anotaciones– lo hacen en cualquier sitio. Pero el secreto lo tenemos nosotros, la marca es nuestra y el sabor también, por más que lo hagan donde sea. Reivindico su raíz, su sitio, que no nos quiten más cosas. Y es que a veces creo que, sencillamente, sin querer, callamos porque dejamos pasar las cosas, y no debemos hacerlo.
Vuelvo. Ya han visto que he aliviado a IDEAL, nuestro periódico, este que tienen en sus manos y también en su corazón, durante todo el mes de agosto... que en agosto, ya lo dice el refrán, silencio en el rostro. Vale, os he echado mucho de menos en la distancia. Palabra. Me faltaba otra vez el aliento cuando llegaban los viernes. Menos mal que recibía día a día el IDEAL de Granada, para mí una buena medicina.
En fin, aquí me tienen de nuevo. Sigo siendo el cronista, ya lo saben, aunque haya ya tantos –lo sé de buena tinta– en la cola para cuando llegue el día… Mientras tanto, sigo por el Paseo de los Tristes sin acordarme, aunque esta ahí la mala noticia, de los niños enfermos de lo de la piel en Granada. ¡Ay mi Granada! Y lo de la carne mechada... la carne 'manchá', con acento en la a, ya saben...
Pero quiero solo dar buenas noticias este domingo de otoño primerizo, con la alegría de saber que la Universidad de Granada es una de las mejores de España y, por lo tanto, de Europa. Yo tengo una camiseta de nuestra Universidad, con su capucha y todo, y su nombre a lo largo y lo ancho de mi cuerpo gitano. Cuando me la pongo, sobre todo en el otoño-invierno, o sea ya mismo, me siento más sabio, más preparado para la lucha diaria, que en lo mío es más o menos la batalla del talento, o sea, de la supervivencia…
Nazarí
Quiero aprovechar para volver a reivindicar la hermosa palabra de lo 'nazarí', de la que está tan llena Granada toda, la positiva, la histórica, la de ayer, la de hoy y también la de mañana, claro. Y el nombre de un árbol único que ha irrumpido en la televisión, y en general en todos los medios, con una gran fuerza, sin duda: la secuoya, ese gran árbol americano. Recuerdo que vi una un día en un carmen sobre el mar, la mar, en la ribera de Almuñécar… La Secuoya, productora de la televisión tan nuestra que tiene su raíz y su sede en Granada, nos está dando ya sus fuertes y sabrosos frutos. Permítanme un suspiro de nuevo: ¡Ay mi Granada!
Me entero de verdad que John le Carré, el gran novelista, escribió, en ese cortijo precioso que está en el mapa de Albuñol, una de sus mejores novelas. Igual lo he contado alguna vez –que a veces me repito tanto como la morcilla buena, que la mala mejor es que no se repita, que puede ser el último eructo–: en ese cortijo yo estuve un día, de paso, pero sin poder olvidarlo nunca.
Veo, leo, que ya se ha publicado el libro de poemas –último, por ahora– de don Antonio Enrique, que es mi alfaquí más querido y que a su vez me avisa que se va a publicar su primer tomo de memorias, con un título sobre mamíferos, del que no me acuerdo del todo. Granada publica, como poco, un libro diario y demuestra raza de valientes, porque además lo editamos nosotros, demostrando, como en la mili, «un valor a toda prueba».
Y me entero –por mi periódico siempre– de lo del Marqués de Bradomín, gran carlista, como lo era don Alberto Gómez Matarín, párroco de la Magdalena, al que le teníamos alquilado un piso en mi casa del número 12 de la calle Moral de la Magdalena, donde tienen ustedes su casa.
Su hijo, el hijo de Valle Inclán, al que Franco hizo marqués y al que conozco hace muchos años, me dijo en la casa de su padre en Galicia:
–Bueno, mi padre, don Ramón María del Valle Inclán, no tenía nada que ver con su personaje eterno. Porque si acaso era feo, pero católico a su manera y, desde luego, sentimental. Por supuesto que sí, hasta perdió un brazo en un duelo de amor y palabra. Amor y palabra, que buen maridaje es. Por eso, viendo que se va a dar un homenaje merecido a nuestra poeta que se nos ha ido hace poco, me atrevo a poner estas cuatro letras: ¡Qué bien escribía la Escribano! Y además, por si fuera poco, compañera inolvidable de este periódico.
Mi amigo, que está en Málaga, me llama por teléfono y me demuestra la 'buena follá' de Granada.
–¿Y a ti qué tal te va, paisano? –le pregunto estúpidamente.
Y él, jugando a las palabras como buen granadino, me responde envuelto en el aroma a mar y biznaga:
–Pues aquí me tienes, Escolástico, espetando...
–¿Qué dices con lo de espetando, criatura?
–Pues aquí, ya sabes, dándole fuertemente al espeto.
¡Ay esa sardina, asada a la brasa, de la carne rosada! Que también la hay, y quizá la mejor, en la Costa. Lola Flores, de la que están volviendo a poner en órbita una nueva historia, me decía lo de «para buen 'pescaíto', mejor en la Costa y en cualquier sitio de tu tierra de 'Graná'». Decía 'Graná', con acento en la a, que todavía hay quien lo dice.
Ya viene Granada Gourmet, que es un acontecimiento para los cinco sentidos. A ver si este año puedo acercarme, que merece la pena. Es ya un congreso único en el mundo, porque está muy bien puesto en órbita desde que se inventó. Ya lo saben, por cierto, que me llama por teléfono el maestro don José, el duque de Monachil, el de las Tinajas, restaurante único, para invitarme cualquier día de estos a esa tertulia en la planta baja a la que asiste lo mejor de Granada y donde Granada es la protagonista, con tantos recuerdos para mí, buenos todos. Perdonen que por un momento eche hacia atrás la memoria: ¡Ay aquellas cajas redondas de los arenques ahumados que había que envolver pieza por pieza en aquel papel de estraza!
Amestoy
Me llama Alfredo Amestoy, el que fue una leyenda de los medios y lo sigue siendo, para comentarme:
–Compañero, que voy a publicar mis memorias. Me he decidido, pero solo van a costar... –no sé si me dijo, que un euro–, con buenas noticias para todo el mundo, porque quiero ayudar a la gente a ir al cielo.
Siempre fue grande Amestoy, incluso, o más, en su silencio. Tengo ganas de verle, aun que sea con una quisquilla cerca. Siempre se puede hacer un esfuerzo en el monte de los almendros, que ahora se llevan mucho, incluso suplen a los olivos… Me dicen lo de los almendros, ese sitio feliz de Salobreña, y recuerdo a Pepe Martín Recuerda, el nuestro.
Y termino este domingo de vuelta, en el que voy tomándome el pulso, diciéndoles un par de cosas. Yo he navegado el Amazonas de Brasil, en el barco de 'Fitzcarraldo', y también el Amazonas peruano, aquel día que hicimos princesa amazónica a la infanta Cristina. Eran otros tiempos... Igual se lo cuento un día.
Y he pasado un fin de semana en Hong Kong, hace ya algunos años, extraña ciudad inmensa, donde comí sesos de mono. ¡Ay aquella tortilla de sesos de cordero, en los Manueles de Granada! Mi madre la hacía de higos a brevas, por que era un bocado exquisito.
Sí debo decir del día de los sesos de mono que eran de mono vivo y que en una mesa circular le íbamos cortando a lajas el cerebro... y yo sin saberlo. Pero eso son historias de otro domingo, que me queda mucho que contar siempre con Granada dentro. Y la Virgen de las Angustias, la que vive en la Carrera, a punto de salir a la calle. Y yo que conseguí ser paliero, después de tantos años, sosteniendo siempre el palio de la palabra, por mi Virgen, por mi ciudad, por mis pueblos.
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