Esta semana que ahora termina hemos confirmado que la inflación sigue bajando. Tras haber tocado techo en el mes de julio, con aquel 10,8%, ... este índice ha ido descendiendo progresivamente en España – no tanto en el resto de Europa – hasta el 6,8% de noviembre. Se ha minorado el precio de los combustibles de automoción, del gas natural, de la electricidad, etcétera, y, por lo tanto, se ha producido una moderación general de la carestía de la vida. Como señala la inmensa mayoría de los expertos, la mayor desaceleración del IPC español con respecto al europeo parece provenir concretamente y en gran medida de los precios de la electricidad, es decir, del efecto positivo de la llamada 'excepción ibérica'.
En noviembre, el precio medio en el mercado eléctrico ha sido de 121 euros por MWh incluyendo la compensación por el gas, lo que supone una caída del -37,5% interanual. Ya en octubre se produjo una minoración del -18,5%, lo que confirma el efecto de las ventajas conseguidas en el seno de la Unión Europea por España y Portugal. Ello, después de que en febrero se alcanzase un incremento del precio de la electricidad de más del 600% interanual. Pero es que también han influido tanto la bajada desde máximos del precio del gas (118 euros el MWh de media en noviembre desde los 240 de agosto), como la mayor aportación de otras fuentes energéticas, como la eólica, al ciclo combinado de generación de energía.
Hasta aquí las buenas noticias. Porque otra cosa es lo que está ocurriendo con la alimentación. A este sector parece resbalarle la influencia del coste de la energía ahora que toca bajar precios. Sobre todo, a las grandes superficies y distribuidoras. Y es que los alimentos se encarecieron un 15,4% en noviembre, lo que supone una subida histórica que separa la subida del IPC general y la de la alimentación en particular nada menos que un 8,6%. Lo que nos indica de un modo indiscutible que alguien está ganando mucha pasta en este trance. Con algo tan básico como la comida; con el pan, la leche, los huevos, la carne de pollo o cerdo, las hortalizas, el aceite, etcétera.
Sí, el aceite, también nuestro aceite, y de qué manera. Esta semana ya se paga por una garrafa de cinco litros de Aceite de Oliva Virgen Extra la estratosférica cantidad de 30 euros, es decir, a cinco euros el litro. A finales de noviembre, cuando el precio alcanzaba los 4,9 euros, estas que siguen son las cifras. Agárrense a donde puedan. Desde el inicio de esta campaña, en el mes de octubre, ha subido un 16,47%; desde noviembre de 2021, ha subido un 51,74%; y desde noviembre de 2020, ha subido un 99,44%.
Esta semana ya se paga por una garrafa de cinco litros de Aceite de Oliva Virgen Extra la estratosférica cantidad de 30 euros, es decir, a cinco euros el litro
Esto, por no hablar de otras variedades de aceite de menos calidad, cuya subida ha sido netamente superior en términos interanuales. Unos números que, por pura lógica de mercado, no solo pueden deberse a la mala cosecha que se prevé esta temporada o a la guerra en Ucrania. Sobre todo, porque la mayor parte del aceite que se vende ahora y que se vendió hasta finales de noviembre era aceite envasado la temporada pasada.
Son datos que no admiten discusión porque están extraídos de los informes que ofrece semanalmente el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, al alcance de cualquiera que desee consultarlos con más detenimiento. Y es ahora cuando Luis Planas, la persona que detenta esta cartera ministerial, así como el conjunto del Gobierno de la Nación, se han propuesto enfrentar esta injustificada carestía de algo tan sensible – sobre todo para las personas y familias más vulnerables – como es la alimentación. Evidentemente, sin contemplar la bajada de impuestos, como una y otra vez pretende con absoluta desfachatez la derecha política española. Solo faltaría. Ello supondría, además de no tocar la cartera de los caraduras que se están enriqueciendo sin pensar un solo segundo en sus semejantes, contribuir a depauperar, aun más de lo que están, servicios públicos básicos como la sanidad, la educación o la cultura. Además, podría ocurrir lo que ocurrió –en gran medida y durante unos meses – con las subvenciones a la gasolina y el gasoil, que en tiempo récord se las comieron las grandes petroleras aumentando aún más sus pingües beneficios.
Así que la lógica de un Estado Social y Democrático como es el nuestro exige que se ataque este fenómeno atendiendo a cada una de las etapas de la cadena alimentaria, y en el eslabón que se detecte al sinvergüenza, pues eso... Leña al mono.
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