Pantallazos
PUERTA PURCHENA ·
«Si en mi próxima vida me da por ser un genio del mal inventaría un virus informático que se propagaría a través de los gadgets tecnológicos»El otro día iba por una zona de Madrid que no conocía guiada por María Antonia (así he llamado a la asistente de Google Maps). ... Mientras decía 'Recalculando' por cuarta vez, juraría que con un punto de estrés en su voz digital, me adelantó una chica con la nariz pegada a su propio smartphone. Un adelantamiento limpio, por la izquierda, guardando la distancia de seguridad. El problema fue que de frente caminaba una mujer con otro móvil a otra nariz pegado. No chocaron por los pelos, aunque creo que ninguna de las dos llegó a enterarse del riesgo de colisión inminente que habían corrido. Ambas continuaron su camino con el cuello doblado y la cabeza en paralelo al pavimento, atentas a sus pantallas amigas.
La que me había adelantado se cruzó, a su vez, con otra chica que portaba el móvil en horizontal, junto a la boca, para hablar cerca del micrófono, tipo camarero sirviendo una tapa de chipirones, y se tuvo que apartar un poco cuando pasó por la acera un patinete eléctrico a todo trapo, conducido por un chico que movía los labios y llevaba bien calados unos auriculares blancos inalámbricos, de lo que se deduce que mantenía una conversación con el teléfono probablemente metido en un bolsillo del pantalón. No apareció en escena, pero podría haberlo hecho, para redondearla, un automovilista con una mano al volante y la otra (junto con los ojos) sobre un gadget tecnológico.
A mediodía fui a una cafetería de esas masificadas e impersonales de estación, con la mayor cantidad de mesas apiñadas en el menor espacio posible. Una mujer con la mirada perdida se sentaba frente a una niña de unos 10 años afanada en su pantallita, matando marcianos, sobreviviendo en el Fornite o cualquier otro juego que se estile entre los que están en la antesala de la pubertad. Cuando llegué, madre e hija (o lo que fueran) estaban en la posición que he descrito; no sé si la madre había intentado vencer el obstáculo 4G que se les interponía; de ser así, su fracaso había sido estrepitoso.
Justo a mi izquierda, una chica y una mujer madura, quizás también madre e hija, y casi seguro coreanas, representaban el sino de los tiempos: la chica, enfrascada en su portátil; la mayor, viendo una peli en su móvil de pantalla extra-grande. A mi derecha, dos señoras de cierta edad, dos analógicas trasnochadas, charlaban animadamente mirándose a los ojos y sin rastro aparente de tecnología; por sus rostros, eran las que mejor se lo estaban pasando de toda la cafetería.
Si en mi próxima vida me da por ser un genio del mal inventaría un virus informático que se propagaría a través de los gadgets tecnológicos y sometería a mi voluntad a todo aquel que estuviera fijando la vista en una pantalla en ese momento. Jamás se me ocurriría crear unos haces de luz o cosa similar que se proyectara en el cielo...
Total, si nadie iba a estar mirando.
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