Pablo Iglesias y los filántropos
Puerta Real ·
Hay límites que no pueden superarse. Salvo el de la estulticia humana, que esa no tiene ni fin ni freno, según se puede verificar con Iglesias y palmeros adyacentesRemedios Sánchez
Lunes, 27 de mayo 2019, 00:21
Entre la ranciedumbre casposa de Vox y el populismo barato de Podemos, la última semana ha sido un no parar, un ir y venir de ... declaraciones entre infamantes y chuscas, entre bochornosas y surrealistas. De Vox, naturalmente, no vamos a hablar, porque su cuota mediática de protagonismo de este mes está superada con creces; lo cual que toca sí o sí concentrar la atención en Pablo Iglesias, que anda intentado reubicarse en un hueco ya inexistente porque se lo ha ocupado (también) Pedro Sánchez, que se ha convertido en el guapo del momento sin dejar espacio en el espectro de la izquierda para nadie más. Las fotos a su persona, oigan.
Pero Pablo se resiste, busca su momento de gloria en los telediarios, en las portadas de los periódicos, y se ha percatado de que la única manera de lograrlo es a fuerza de soltar boutades de enfant terrible, de señor incomprendido con coleta y camisa a cuadros demodé, a cuenta –estos días– de un sistema que permite a los más ricos, como Amancio Ortega, ejercer una cosa que se llama filantropía y que debería darles vergüenza.
Porque donar más de trescientos veinte millones de euros a la sanidad pública española es una barbaridad, una vergüenza y una muestra de que no somos una democracia decente. Debió bastar que la fundación del dueño de Zara entregase el parné para que el Gobierno de España le rompiese el cheque en las santas narices y lo mandase a Alcalá Meco por bribón y caradura, que no hay derecho a que se nos insulte de esta manera, apoyando la prevención del cáncer con equipos de diagnóstico y tratamiento. Hombre, por Dios, que hay límites que no pueden superarse. Salvo el de la estulticia humana, que esa no tiene ni fin ni freno, según se puede verificar con Iglesias y palmeros adyacentes.
Porque la idea, conste, no fue del líder podemita, sino de una colega, Isabel Serra, que definía como «caridad» lo que no es más que un gesto de compromiso social de los que más tienen con el país que les ha dado mucha de la riqueza que ahora poseen. Lo de menos es ahora que Amancio Ortega sea un señor que lleve sesenta años trabajando y que empezase de la nada con una tienda de batas de boatiné y no se haya sumado al club de los que se largan a pagar impuestos a Andorra o Suiza porque les sale más a cuenta; o que tampoco haya buscado la foto a cuenta de la colaboración con quienes sufren la angustia de una enfermedad que afecta a más de doscientas cincuenta mil personas sólo en 2019.
Aquí a lo que vamos es al machaque, a que si alguien hace algo bien, si demuestra que le interesa algo más que su propio beneficio, hay que destrozarle la imagen. Pero, de nuevo, a Iglesias y su trouppe le ha salido el tiro por la culata y la gente corriente, esa masa que creían controlable a fuerza de simplificar el discurso y que se les ha ido alejando lentamente, con la decepción en sus pupilas, ha hecho lo obvio: evidenciar que, cuando en España nueve cabezas embisten y una piensa, como decía el maestro Machado, no estamos por jalear a las que ejercen de toro embravecido con la soberbia por bandera.
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