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POSVERDAD A DEBATE | CÁTEDRA DE FILOSOFÍA UGR

Opinión pública

La relación de la opinión pública con la verdad, siempre ha sido difusa: aunque el concepto incorpora un elemento prescriptivo y sugiere que deberíamos buscar respetuosamente la verdad sin dejarnos llevar por sesgos o emociones

Manuel Arias Maldonado

Martes, 8 de noviembre 2022, 00:10

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Suele hablarse de la opinión pública con una despreocupación que pasa por alto cuán difícil es identificar con exactitud sus contenidos: ¿quién es el público ... y cómo opina acerca de qué asuntos colectivos? Por definición, solo en una democracia hay opinión pública: solo en ella se permite la libre expresión de juicios de valor por parte de ciudadanos y medios de comunicación. No es que las sociedades premodernas careciesen de estados de ánimo u opiniones generalizables; más de un tirano cayó por provocar la ira de sus súbditos. Sin embargo, las democracias liberales integran a la opinión pública en un engranaje que sirve para la toma de decisiones colectivas; de ahí que se protejan los derechos y libertades asociadas a ella. ¿Acaso podríamos concebir una sociedad liberal-democrática sin opinión pública, esto es, sin el caótico magma que compone el conjunto de juicios de valor que de maneras distintas –desde el titular periodístico al tuit iracundo, pasando por la llamada a la radio, la canción-protesta y la manifestación autorizada— convergen en la esfera pública? Huelga decir que esta última no es indiferente a las posibilidades tecnológicas de cada época: el predominio inicial de los periódicos y la radio fue desafiado por el cine, que a su vez se vio sacudido por la televisión antes de que llegasen Internet primero y el Smartphone después. Cada una de estas revoluciones tecnológicas ha amenazado con fragmentar un poco más a la opinión pública, dificultando no obstante la manufacturación de unanimidades y permitiendo que se oiga un número creciente de voces; para bien o para mal, cualquiera puede hoy expresarse a través de las redes sociales. En cuanto a la relación de la opinión pública con la verdad, siempre ha sido difusa: aunque el concepto incorpora un elemento prescriptivo y sugiere que deberíamos buscar respetuosamente la verdad sin dejarnos llevar por sesgos o emociones, este ambicioso ideal nunca ha llegado a realizarse en ninguna parte. Las razones van de la desinformación de masas a la lucha partidista por el poder, pasando por la necesidad que tienen los medios de cuadrar sus balances comerciales. Tampoco los ciudadanos son ejemplares: las redes sociales han mostrado que su participación directa no conduce a la armonía comunicativa. En fin: algunas opiniones públicas son mejores que otras, pero todas se parecen y ninguna colmará jamás las aspiraciones de quienes sueñan con una utopía deliberativa.

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