Adónde van las cosas que se olvidan. Perdonen la insolencia pero yo lo sé. Y se lo voy a contar, que uno es granaíno pero ... a veces se levanta rumboso. El olvido es un agujero negro enorme, de unas dimensiones tan colosales que nadie ha sido capaz de medirlo hasta ahora. Sí se conoce su localización aproximada. Está en un punto indeterminado del desierto de Taklamakán, en Asia Central, aunque fuentes más recientes lo sitúan en los tajos del río Cacín. No he ido a mirar.
Ese insaciable agujero negro absorbe nuestras vivencias, las tritura y las hace humo. Por fortuna. El olvido es una bendición y seguramente la razón principal que nos mantiene vivos. Desengáñense, no es el amor lo que mueve el mundo sino el olvido, la capacidad de pasar página y seguir adelante. La nostalgia tiene sus partidarios y da muy bien para las reuniones de antiguos alumnos pero el verdadero consuelo se obtiene de un olvido profundo, certero e irrevocable. Fue una añoranza demasiado precoz, un repudio anticipado al olvido, el que llevó a Lot a mirar a Sodoma por última vez, y ya saben como acabó.
Recordar no es vivir dos veces, como sostiene la frase que escribíamos en la carpeta para hacernos los letraheridos ante las zagalas. Recordar es una mierda cuando lo que queda atrás es dolor, sufrimiento y fracaso, la pasta con la que se construye un porcentaje elevado de nuestra vida. Es un olvido obcecado y consistente lo que nos ayuda a levantarnos cada mañana pensando que es verdad eso de que hoy empieza todo. Se necesita, eso sí, cierto método y dureza de espíritu para no ceder a la tentación de la memoria. La morriña es astuta y prepara añagazas en todas las esquinas. Un olor, una canción, el tacto de un abrigo... el demonio está en cualquier parte y conviene mantenerlo a raya. Borges dedicó al olvido un cuento memorable que cuenta la historia de un hombre que lo recordaba todo. Dirán que el texto trata más bien sobre la memoria y el recuerdo pero en una pirueta borgiana prefiero pensar que es un tratado sobre la amnesia.
El olvido alimenta más que un San Francisco del Frankurt´s Bocanegra. Hace dos años comenzó una pandemia. No podíamos salir ni al tranco de la puerta. Los viejos se nos morían a puñados y solos. Se agotó el papel higiénico y la esperanza. Ahora, con un tenue goteo de muertos engrosando todavía la cuenta, lo recuerdo todo como en una bruma. Fue un año inolvidable y ya olvidado. Ya saben, olviden mucho, es lo único que hay que recordar.
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