La ambición personal siempre conlleva daños colaterales. Tomemos como ejemplo a ese hombre que sacrifica su vida por trepar hasta un cargo donde puede cumplir ... su sueño profesional: pisar cuellos.
En política pasa algo parecido. Hay líderes de tres al cuarto que estarían encantados de vender su alma al diablo por un posado ante la prensa, y para ello no dudarían en trepar (la misma postura que arrastrarse, pero hacia arriba) lo que hiciera falta por ese interminable Everest llamado 'ambición sin medida'.
Napoleón, ese chalado con dotes de buen estratega, pensaba que la ambición no se detiene ni estando en la cima de la grandeza.
El caso de 'Napo' me recuerda al de nuestra Meloni particular, Macarena Oloni, la última estrella de la política que se independiza de su partido matriz con la esperanza de trepar hasta las cumbres más allá de Sierra Nevada, o sea, al cielo y sin paracaídas.
Napoleón, el chalado francés que consiguió engañar hasta a Beethoven, creyó que estaba destinado a cambiar la historia de la humanidad porque vivía rodeado de generales que estaban tan enganchados al peloteo como al cruasán. Día y noche, y también entre cruasán y cruasán, le instaban a conquistar el mundo porque él lo valía. Ambición desmedida más unos insistentes pelotas a tu alrededor es sin duda una invitación a la desgracia.
Los sueños de la ambición crean monstruos políticos que son devorados por ellos mismos. Oloni ha dado un paso adelante, algo que se veía venir, porque la empadronada en Salobreña ha tenido mucho susurrador en su entorno que la animaba a autoproclamarse en una misma coctelera Agustina de Aragón, Mariana Pineda y Juana de Arco.
El resto, ya lo saben: desencuentro con el ala 'progresista' de Vox encabezada por Ortega Smith, y un «Arrivederci Oloni» a coro.
Macarena sueña con ser Meloni, pero no hay espacio para 'melonis' en España porque el votante anda demasiado ocupado buscándose las 'habichuelis' y no le queda tiempo para atender los puntuales vértigos de ambición de sus políticos, se llamen Oloni o Errejoni. Llegar a la cima es cosa de ellos;los ciudadanos se conforman con salir vivos de la empinada cumbre de fin de mes.
«El que quiere arañar la luna tiene que tener cuidado, porque puede arañarse el corazón». Lo dijo nuestro Federico, que compartía con otro gran escritor, Elias Canetti, la idea de que la ambición desmedida es la muerte del pensamiento lúcido.
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