Había películas en las que un muerto se levantaba del ataúd de repente, en mitad del velorio, como uno de esos muñecos con muelle que ... saltan de la caja cuando la abres. Los deudos se cagaban de miedo primero y después, pasado el susto, se abrazaban al exdifunto y se hacían cruces con la terrorífica idea de haber enterrado vivo al abuelo, al padre o al hermano. La herencia se esfumaba y el vivo regresaba a su corazón y a sus asuntos. Catalepsia se llamaba el fenómeno, un término entre tenebroso y esotérico que remitía a los estremecedores ojos de Ray Milland poniendo la carne y el hueso a un personaje de Poe.
Luego tenemos el estado de coma, esa profunda inconsciencia que lo mantiene a uno con vida pero absolutamente ajeno a cualquier estímulo externo. La noticia de que una persona ha despertado del coma tras permanecer postrada en la cama durante un par de décadas no es tan inusual como turbadora. Estas personas recuperan la consciencia después de mucho tiempo ausentes y entiendo que sus allegados son instruidos sobre el modo en que deben suministrarle la información al resucitado, no sea que en vista de las novedades se arrepienta de haber despertado… que de todo habrá.
He fantaseado muchas veces con la idea de ser uno de esos enfermos comatosos que vuelve de las tinieblas tras pasar un buen puñado de años dormido. Y no porque me guste estar tumbado, que también, sino por la magnitud de la impresión que me llevaría al conocer de golpe lo ocurrido durante un letargo de años, incluso décadas. Será que me van las emociones fuertes. Intuyo que me asombraría con los avances tecnológicos en la misma medida que me afligiría con las inevitables pérdidas humanas en mi entorno. Sin embargo, ese exilio forzoso de la consciencia y el pensamiento también tendría sus ventajas. Entre las que encuentro ahora mismo más a mano se me ocurre que un coma hermoso y dilatado me ahorraría el trance de soportar las obras del metro por el centro de Granada, que de eso quería columnear hoy y miren las vueltas que he dado. Dormido me evitaría toda la polémica, el polvo y el caminar entre vallas.
Nunca entenderé la perra que tenemos los granaínos, algunos, muchos, de meter el metro por el centro cuando ya hay otros medios de transporte público para desplazarse entre la Caleta y Puerta Real, autobuses y taxis que a medio plazo serán todos eléctricos y silenciosos. Por no hablar de la bici o de algo tan sano y barato como andar. Con la cantidad de bares que se encuentra uno por el camino. Hala, me vuelvo al coma, luego me contáis.
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