Esta semana que ahora termina ha venido muy bien servida de lo que hoy día impregna buena parte de las noticias que, en los medios ... de comunicación, tratan sobre política o sociedad: el odio. Este sentimiento, expandido hasta el infinito por las redes sociales, lo ensucia todo hasta límites que ya me parecen intolerables. Odio a Cataluña o a su población independentista, tanto da; odio al padre que ha asesinado a sus hijas –cuando termino de escribir esta pieza ya se ha encontrado el cuerpo de una de las niñas-; odio a la izquierda por defender lo que es natural que defienda; odio a la derecha por defender lo indefendible –siento tal disimilitud-; odio a Rocío Carrasco; odio a David Flores; odio a los africanos que desean una vida mejor en Occidente y se juegan la vida en el estrecho; odio a los estados que fomentan ese riesgo en sus ciudadanos y ciudadanas, dejándolos al albur en un mar cualquiera; odio a un gay que pasaba por allí. Odio y más odio a diestro y siniestro.
Mañana domingo tendrán oportunidad de beberlo con profusión en la madrileña Plaza de Colón –si el Genovés levantara la cabeza–. Allí podremos 'disfrutar' de la re-reunión de toda la derecha, en otra orgía rojigualda contra Cataluña. Aderezada con firmas al estilo Mariano Rajoy para enturbiar aún más, si cabe, el encuentro y el clima social de este país. Firmas que, por otra parte, se han negado a solicitar algunos barones del PP, muy conscientes de que eso significa, sin lugar a dudas, 'sostenella y no enmendalla'. Eso sí, en este encuentro «español y muy español» y «a la madrileña», no pocos de sus impulsores se van pasar todo el tiempo escondiéndose de los fotógrafos, de los camarógrafos y de los otros líderes. No quieren repetir la casposa 'foto de Colón'. Pero me da que va a serles muy complicado escapar.
En cuanto al odio a ese padre que, todo indica, ha asesinado a sus propias hijas -repitiendo una vez más lo que se dio en llamar 'violencia vicaria' machista- es muy lógico y humano en cualquier persona con corazón, pero resulta precisamente muy descorazonador leérselo a alguien que se dedica a la política activa. Cuando se supo del hallazgo del cadáver de la niña, lo lógico, lo más humano en un representante de la sociedad, sería dar todo el apoyo a la familia, a esa madre destrozada por un dolor indescriptible. Intentar sacar rédito político de algo así en este momento, solicitando aumentos de penas o cadenas perpetuas, es deleznable. Sobre todo, teniendo en cuenta que, seguramente, el asesino también se haya suicidado.
Y lo peor es que todo este odio vertido por nuestros representantes políticos le regala réditos electorales, a juzgar por las encuestas. Ya lo pudimos comprobar la semana pasada tras el affaire con Marruecos y la vergonzante marea de personas en las playas ceutíes; o tras el implícito anuncio de la muy próxima excarcelación por indulto de los políticos independentistas presos por atentar contra la integridad territorial del Estado. El Partido Popular y la extrema derecha ha subido como la espuma en la intención de voto. Seguramente a expensas de la práctica desaparición de Ciudadanos, pero también –como se pudo comprobar en la Comunidad de Madrid– con no pocos apoyos de habituales votantes de la izquierda en general y del PSOE en particular.
Y ustedes se preguntarán: ¿Qué se puede hacer ante esta realidad? Pues lo que siempre les digo: exigir una mejor educación a quienes serán en el futuro los habitantes de este mundo. Instaurar de una buena vez asignaturas troncales sobre valores constitucionales y educación sexual. Alejarlos del pensamiento único al que aspira la extrema derecha y de la irracionalidad religiosa, que nos alejan irremisiblemente del ser humano y su convivencia en sociedad. Armas que les sirvan para luchar contra el odio reinante, que nace directamente de las vísceras y que nos impulsa en sentido contrario a la razón.
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