Vivimos tan ensimismados en nuestros problemas familiares con los precios de la energía y de la cesta de la compra, o con la imparable escalada ... de los intereses que pagamos por nuestras hipotecas, que no caemos en la cuenta de lo mucho que sucede a nuestro alrededor y que, sin lugar a dudas, tiene gran influencia precisamente en esas preocupaciones que nos quitan el sueño. O, por el contrario, habría que decir en el caso de Andalucía, que en lo que no fijamos nuestra atención es curiosamente en que parece no ocurrir nada. El Gobierno andaluz pasa absolutamente desapercibido porque no nos llega demasiada información sobre su acción. Pareciera que estuviera paralizado o, todo lo más, poniéndose de perfil intentando que no se le vea. No molestando demasiado.
Los colegios abren ahora con problemas parecidos a los de antes de la pandemia; los centros de salud y los hospitales continúan con las mismas carencias y parecidas listas de espera; nuestras carreteras autonómicas siguen con los mismos baches; el turismo es nuestro balón de oxígeno, casi la única y precaria salida laboral de nuestros jóvenes; y el olivar continúa conquistando terreno al cereal y a otros cultivos como si se tratara una mala hierba, como si no supiéramos con certeza que semejante nivel de monocultivo algún día acabará por hundirnos.
Pero si rascamos un poco, si ojeamos con atención las noticias que nos ofrece la prensa seria, podemos encontrar indicios fiables de lo que hay y de lo que pueda venir. Sobre todo, si el Partido Popular, gobernante en Andalucía por aplastamiento, alcanza el objetivo que persigue. El mismo que en el resto del país: que Feijóo sea el próximo presidente del Gobierno de la nación. Si eso ocurre, esos indicios, esas pistas que se nos ofrecen como trampantojos de la realidad, cobrarán su verdadero sentido. Entonces, podremos asomar la cabeza por el diminuto ojo de la cerradura, y lo que antes era una imagen tenue y borrosa pasará a ser una realidad nítida e incuestionable.
Si bajamos la lupa hasta mi ciudad, hasta Cazorla, tenemos algunos ejemplos de lo que escribo. Aquí, a modo de tapabocas, la Junta de Andalucía acaba de inaugurar una rotonda en la carretera A-319, con 615.000 euros de presupuesto, que tiene tres salidas: la primera, a un aparcamiento de 90 plazas, aún vírgenes de coches, y así seguirán in aeternum como si se tratara de la versión asfáltica y eternamente joven de un componente del grupo musical Los Happiness, cantando el 'Amo a Laura'; la segunda, al lugar donde se levanta la escultura del ciervo y su cría, donde ya podrán acceder tranquilamente y hacer cuantas fotos deseen las personas que nos visiten; y la tercera, bueno pues la tercera… a la misma vía por la que entramos. ¡615.000 euros!... y el hospital anejo a ese aparcamiento, prácticamente cerrado aún, viendo como envejecen sus muros, su equipamiento, y la fútil promesa de Moreno Bonilla, allá por el lejano enero de 2020, cuando llegó hasta aquí para inaugurarlo 'con todo el morro'.
Y es que Juanma Moreno, parece ser una versión ralentizada de Núñez Feijóo, que está pasando en tiempo récord para quienes no lo conocíamos –todo el país fuera de Galicia– de ser una esperanza a una decepción y, finalmente, a un personaje hiperactivo que circula entre la mentira, la ignorancia y el ridículo –fíjense en el affaire del impuesto excepcional, español y europea, a la banca y las energéticas–, ni más ni menos que como sus predecesores. Camino que sin duda seguirá nuestro dirigente andaluz una vez deje de tener las manos atadas por el Gobierno de la nación, si es que llega a ocurrir tal cosa.
Pero, como decía, alguna que otra pista se nos está brindando de lo que pueda ser nuestro futuro a medio plazo. Como el nombramiento de determinados y flamantes delegados, cuyo perfil está muy lejos de la centralidad política, la sonrisa institucional y la moderación que nos vende el presidente andaluz. Por estos lares, las redes sociales de alguno de ellos son una panoplia de bulos, excesos lingüísticos, desprecio, absoluta ausencia de valores democráticos y, diría, el más mínimo respeto personal al adversario político. Muy probablemente, semejante lodazal habrá sido limpiado convenientemente, pero será como dar una capa de pintura a una pared herrumbrosa. En tan solo unos meses volverá a florecer su verdadera naturaleza.
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