El obstinado «optimismo de la voluntad» humano
El lugar que ocupa el hombre en la Naturaleza tal vez sea más frágil y más precario de lo que creíamos hasta ahora, instalados al abrigo de una vida cotidiana privilegiada
federico zurita martínez
Lunes, 27 de abril 2020, 02:30
Los físicos que estudian el caos enseñan que 'el efecto mariposa' consiste en que una ínfima variación de las condiciones iniciales en una parte de ... un sistema acaba provocando efectos descomunales sobre la totalidad del mismo. Al socaire de esta definición se me viene a la memoria 'la primavera árabe'; en Túnez en 2010, la policía incautó a Mohamed Bouazizi, un humilde vendedor ambulante de fruta, sus mercancías al tiempo que le dispensó un trato vejatorio. El joven se inmoló y una oleada posterior de indignación popular acabó con la caída de la dictadura tunecina. La revuelta se extendió hasta Egipto (cayó Mubarak), Libia (donde una turba acabó linchando a Gadafi y el país aún se desangra) y llegó hasta Yemen y Siria. No acaba Siria de recuperarse del apocalipsis de una guerra civil enquistada, con cientos de miles de muertos y millones de refugiados. ¡Quién podría haber siquiera sospechado que la humillación al muchacho tunecino iba a provocar una cascada de catástrofes para millones y millones de personas? Sin internet y sin teléfonos móviles, agentes claves de lo que llamamos globalización, eso muy probablemente no hubiera ocurrido o no lo hubiera hecho a la velocidad que lo hizo.
Pero mucho más actual es otro 'efecto mariposa'. Wuhan (China), 2019; en un mercado alguien vendía para el consumo humano animales salvajes (muy probablemente pangolines) no sometidos a control veterinario y que estaban infectados con un virus no particularmente letal, pero sí particularmente contagioso. Alguien compró y comió el animal infectado (no está aún identificado el paciente cero) y la opacidad del Gobierno chino y la globalización en la que todos vivimos transformaron ese hecho minúsculo y sólo en apariencia intrascendente en una pandemia-catástrofe que ya alcanza a la totalidad del planeta. De China el virus 'viajó' muy probablemente a Italia y de Italia al resto del mundo en un 'efecto mariposa' devastador. El rango de consecuencias de aquella primera causa que no fue otra que comerse el animal infectado, ha ido desde el confinamiento de miles de millones de personas en todo el mundo (muchos de los que no lo están es porque sus paupérrimas condiciones de vida no les permiten ni siquiera eso) a más de cien mil muertes. Añadido inevitable a ese confinamiento ha sido el desplome de la economía mundial y la ruina consiguiente para millones y millones de personas concretas, de carne y hueso, más allá de las abstractas cifras macroeconómicas.
Un cambio drástico y todavía de consecuencias no calculables está teniendo lugar en las mismas relaciones entre los Estados soberanos. La geopolítica ya no será la misma: China parece emerger aún más y eso a su vez le puede granjear más países aliados.
¿Quién hubiera sospechado tanta calamidad hace tan solo tres meses? «Una realidad ignorada está esperando su venganza», que decía Ortega y Gasset.
Haciendo verdad la potente reflexión de Albert Camus en su alegórica obra 'La peste', de que «en general los hombres son más dignos de admiración que de desprecio», una situación así ha permitido que el ser humano se manifieste como es, desde lo peor a lo mejor. Desde ciudadanos americanos comprando armas en previsión de tener que defender con ellas la comida que puedan tener en sus casas y desalmados vendiendo mascarillas a veinte y treinta veces su valor normal, a la solidaridad sincera y a cambio de nada de muchos individuos anónimos. Desde la 'omisión del deber de socorro' hacia los más débiles del gobierno norteamericano a no dejar desatendido a nadie de las democracias y los estados del bienestar europeos, particularmente los del sur.
Ni los policías que humillaron al joven tunecino, ni el ciudadano de Wuhan que compró y se comió el pangolín, podían siquiera intuir las consecuencias que iban a tener sus acciones intencionadas, lo que demuestra que lo que hay y lo que vivimos son mucho más el producto de la voluntad humana que de un designio humano. Se hace algo pero no se pueden prever todas las consecuencias de esa acción.
Muy probablemente una conmoción como la que estamos viviendo por el coronavirus cambiará muchos de nuestros comportamientos anteriores que dábamos por supuestos y que nos parecían que iban a ser para siempre. Muy probablemente nuestra vida cotidiana se configure de otra manera y por tanto cambiarán también de forma duradera muchas de nuestras certezas anteriores. Los tres golpes duros a la arrogancia humana que supusieron Copérnico (dio al traste con el geocentrismo), Darwin (que evidenció que como el resto de las especies somos el producto de la evolución de especies previas) y Freud (que percibió la amargura de lo imposible de la libertad individual ya que vivimos en sociedad y no podemos tener una existencia dichosa fuera de ella) quedan 'refrescados' periódicamente en el sentir humano a través de diversos infortunios. Entre otros, la epidemia de la mal llamada gripe española, del sida, del ébola y… ahora la del coronavirus.
En mi opinión, al menos una enseñanza sí que creo que deberíamos extraer de lo que estamos viviendo: el hombre, irremediablemente forma parte de la Naturaleza, «de un Universo sordo a nuestra música, indiferente a nuestras esperanzas, a nuestros sufrimientos» y el lugar que ocupa en esa Naturaleza tal vez sea más frágil y más precario de lo que creíamos hasta ahora, instalados al abrigo de una vida cotidiana privilegiada de la que hemos disfrutado y aún disfrutamos propia de un país desarrollado. Nos queda no obstante el obstinado «optimismo de la voluntad» humano. Y con motivos, de bastante peores salió la humanidad y siguió adelante, y ahora no va a ser menos.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión