Normalidad onírica
Puerta Real ·
La lógica se distorsiona, las relaciones causa-efecto se alteran y se adueñan de nosotros imágenes inverosímiles que damos por buenas: por estar dormidosDice el Gobierno que al acabar la ochentena tendremos una «nueva normalidad». La vieja sería la normalidad normal. ¿Y la que vivimos ahora? Mantiene el ... aire de irrealidad. No sólo por el confinamiento, que literalmente yugula nuestro horizonte. También están los mantras sociales de autoayuda. Se ha impuesto la especie de que además de consumir papel higiénico a mansalva, hacer pan en casa y convertirnos en epidemiólogos, tenemos que reinventarnos. La ideíta sugiere que ya nos inventamos en su día, cualidad de la que servidor carece, pues salió así de modo inconsciente. Como para volver a inventarse.
La última hora de Granada
La percepción difusa, propia del confinamiento, ha dado a la experiencia un aire onírico. Como en los sueños, la lógica se distorsiona, las relaciones causa-efecto se alteran y se adueñan de nosotros imágenes inverosímiles que damos por buenas: por estar dormidos.
En el sueño nuestros líderes adoptan fachadas estrafalarias, como figuras de cartón-piedra en una feria. Casado posa ante el espejo en plan superlíder de la galaxia, Abascal en una mesa laboralmente vacía pero con bandera y lata de pimentón, a Sánchez sólo le falta volar como Superman en las comparecencias televisivas que aumentan la confusión. La sobreactuación se ha convertido en la materia de la que están hechos nuestros sueños.
O salta el típico desquiciamiento onírico, con visiones monstruosas de la cotidianidad: «Cataluña no tendría tantos muertos si fuera independiente». Tal abyección ha de producirla un mal sueño, pues las decisiones tomadas por los independentistas freudianos revelan singular torpeza.
Los sueños de argumento repetitivo nos meten en un bucle surrealista sin salida. «Este Gobierno no tiene ningún motivo para arrepentirse de nada». La vida es sueño, porque si esta bravuconada la dice el ministro en un mundo despierto, sabríamos que el Gobierno está finiquitado, pues un Gobierno puede sobreponerse al error, pero no a la arrogancia ni a la carencia de autocrítica. Los sueños adquieren una lógica atrabiliaria.
A veces se tiñen de inocencia y luego te asustas, como cuando un actor secundario, mezcla de Peter Pan y Nosferatu, se dirige empalagoso a los niños; empiezas a sentirte en la infancia, reconfortado, y se te transmuta en vicepresidente. No te preocupas, pues los sueños, sueños son, incongruentes. Así que das por buenas las escenas en que compran mascarillas y test que no llegan o salen averiados, o cuando los mandamases hacen trampas con las cifras, para que nos creamos entre los mejores del mundo, pese a que de ese sueño hemos despertado ya, descubriéndonos imprevisores e incompetentes, no los avanzados que creíamos.
A ratos, el sueño trueca en pesadilla y en las imágenes oníricas aparecen las diputaciones socialistas de Andalucía organizándose por su cuenta para comprar mascarillas. Que se jodan Almería y Málaga, dirían, por votar al PP. El durmiente se rebela contra la crudeza de la idea, no cree verosímil semejante vileza sectaria.
Luego despierta y ve propaganda con autobombo socialista por haber traído tales mascarillas. Como la realidad onírica preludie la nueva normalidad, démonos por perdidos.
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