Tras los indultos, llega la fase del diálogo, en una mesa de negociación organizada al efecto, esa es la idea en la cuestión catalana: al ... parecer, la hoja de ruta que se pactó (y ocultó).
Lo del diálogo y negociación siempre ha tenido mucho predicamento. En los tiempos soberanistas del País Vasco la izquierda abertzale, y a veces el PNV, se refería a este binomio como a una especie de talismán del que saldría la solución para cualquier problema.
Ahora les toca a los catalanes, con la diferencia de que esta vez el Gobierno se embarca en la operación. Acuerdos Frankenstein obligan.
El mantra tuvo siempre la ventaja mediática de sus resonancias democráticas, el aire colaborador que evoca, la imagen de que estamos juntos en el mismo barco y de que encontraremos la solución entre todos. Incuestionable, aparentemente. Además, son conceptos clave para nuestro sistema político: el diálogo es inherente a cualquier democracia. Y la negociación da en cotidiana e imprescindible, so pena de estancamiento.
Sin embargo, una reivindicación tan reiterada debería levantar alarmas, precisamente porque se reclaman el diálogo y negociación cuando forman parte del sistema político. Este tiene sus cauces para el diálogo permanente, en parlamentos y cortes, dentro de las reglas de juego democrático.
La reclamación esconde la búsqueda de una vía alternativa, en la que el diálogo (y la negociación) no dependa de los votos ni se sujete a reglas de juego. Viene a ser la búsqueda de un camino distinto al parlamentario y constitucional. De lo contrario, no se reivindicarían mesas negociadoras.
¿De verdad alguien cree que en este país faltan oportunidades de dialogar? El término está cargado de connotaciones positivas, sugiere buena voluntad, afán por escuchar al otro, disposición a ceder. Si alguien se opone al diálogo le cae el sambenito de intransigente. Fascista, para entendernos.
Sin embargo, la apología del diálogo se refiere a sustituir al que suele producirse por las vías normales e institucionales. Pasar a otro en el que rijan reglas de juego diferentes a las establecidas. La apelación al diálogo proporciona aire de buen rollo, pero sirve también para dar gato por liebre.
En tiempos, en el País Vasco el 'diálogo' al que aspiraba la izquierda abertzale no era una conversación entre partes, sino un monólogo en el que explicase su visión victimista del mundo. Y la 'negociación' venía a ser la manera de establecer cómo se llevarían a la práctica sus aspiraciones.
En una 'mesa de negociación' como la que se plantea para Cataluña, los independentistas no aspiran a algún acuerdo intermedio, tras hablar, entenderse, ponerse de acuerdo. Solo considerarán que ha existido una auténtica negociación si el resultado desarrolla su ideario. No es negociación en el sentido democrático –buscar juntos mejoras colectivas– sino un mecanismo para arrancar concesiones que puedan lucir como un trofeo… y que impliquen alguna ruptura. Cuando menos, un referéndum que presagie la independencia. No un lugar intermedio, sino un paso hacia el triunfo, otra victoria tras la de los indultos.
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