Día mundial frente a la Covid
Hoy se cumple un año de la detección del primer caso y me parece una buena fecha para conmemorarlo y dedicarlo a actualizar conocimientos, evaluar intervenciones, proponer mejoras y ayudar a extender los aprendizajes en ese área concreta a otros ámbitos
Hoy, 8 de diciembre de 2020, se cumple un año de la detección del primer caso covid en el mundo. Y me parece una buena ... fecha para conmemorar el correspondiente Día Mundial. Lo confieso públicamente, soy fan de los días mundiales. El del sida (que recordamos el pasado día 1 en diciembre en estas mismas páginas con el artículo Día Mundial del Sida. Aprendizajes para la Covid); el de la Bondad (que nos permitió ofrecer una nueva dimensión de la prevención del suicidio, en la jornada virtual que celebramos el pasado 13 de noviembre en la Escuela Andaluza de Salud Pública de Granada). Y tantos y tantos más.
Dedicar un día mundial a un tema específico, sea relacionado con la salud física (diabetes), con la salud emocional (depresión), con la salud social (infancia), con la salud espiritual (suicidio), con la salud ética (derechos humanos), o con la salud estética (música), tiene muchas ventajas. Permite actualizar conocimientos, evaluar intervenciones y proponer mejoras. Además, ayuda a extender los aprendizajes en esa área concreta a otros ámbitos (¡hay tantos temas transversales que son vitales!).
La pandemia de la Covid-19 nos está enseñando muchas cosas. Y nos interesa mucho decidir que sí necesitamos aprenderlas. Nos ha enseñados que es fundamental ejercer la responsabilidad individual sin esperar pasivamente lo que 'otros' decidan (las cosas de palacio van despacio). Recuerdo las curiosas conversaciones que, hace años, mantenía con algunos taxistas, que se asombraban cuando me ponía el cinturón de seguridad en la época en la que aún no era obligatorio para los viajeros. Mi respuesta era clara: «Sí, ya sé que no es obligatorio. Lo que ocurre es que amo mucho la vida y yo decido ponérmelo por mi propia seguridad». Con la pandemia del coronavirus he actuado de forma similar. Incluyendo, por supuesto, el uso de las mascarillas y el mantenimiento de las distancias físicas. Y he asumido las consecuencias dolorosas de esa decisión: algunas amistades rotas.
También nos ha enseñado esta pandemia que es imprescindible dar un sentido a lo que proponemos que haga otra persona (sea mi hijo cuando ejerzo de padre, sea el ciudadano cuando ejerzo de salubrista, o sea un alumno cuando ejerzo de docente). Es necesario argumentar un «¿para qué?» que facilite la comprensión de las medidas cívicas y sanitarias adecuadas, y la asunción de los cambios correspondientes. Y concretar los ¿cómos? indispensables para traducir la teoría en práctica eficaz.
Otro gran aprendizaje ha sido la necesidad de humildad a la hora de enfrentarse a una situación de la gravedad de la que ahora nos ocupa. Humildad para estar dispuesto a compartir, a crear juntos. Humildad que predispone a pedir perdón cuando sea necesario y a pedir cambios cuando sea oportuno. Humildad que sugiere y argumenta. Que propone y negocia. Humildad para preguntar (me) y para escuchar (me). Para compartir dudas y comprender miedos. Prefiero políticos, epidemiólogos, virólogos y salubristas humildes. Me los creo más. Confío más. Me ayudan a comprometerme más y a ser más solidario.
También hemos podido (¿y querido?) aprender que los cambios serán optimistas o no serán… útiles (para la salud y la felicidad de todos). Los miedos infundados, las quejas constantes, las críticas demoledoras, o la dramatización continua, no ayudan a construir ni a avanzar, no facilitan ni los cuidados ni los auto cuidados. Son pan (podrido) para hoy y hambre (física, emocional, social, ética y espiritual) para mañana ¿Optimismo? Sí, por supuesto. Ese optimismo inteligente, basado en los hallazgos de las neurociencias, que cambia el mundo a mejor y provoca un bienestar duradero.
Por fin hemos descubierto también que los derechos no son obligaciones. Y que yo puedo libremente decidir que no ejerzo alguno de mis derechos por el bien de los demás. Y que me siento satisfecho conmigo mismo por hacerlo así. Y me puedo mirar tranquilamente en el espejo porque me gusta lo que veo. Incluso me veo más guapo. Lo sabían nuestras abuelas (la cara es el espejo del alma) y lo leímos en la Biblia («El corazón alegre hermosea el rostro»). Sí, actuar éticamente se nota por dentro y se nota por fuera. «Amar al prójimo como a uno mismo» (y amarlo y amarse mucho) es… ¡tan saludable!
Me gustaría proponer que el Día Mundial frente a la Covid tuviera su lazo. Y en concreto, un lazo blanco. Porque el blanco, como demostró Newton, es la suma de los colores. Y si algo nos ha enseñado también esta pandemia es la necesidad de sumar. Esfuerzos y saberes. Energías y entusiasmos. Derechos y deberes. Reflexiones y acciones. Lo individual y lo colectivo.
Además, el blanco es el color de la relajación, e inspira pureza, paz, inocencia y limpieza. Un color, por tanto, que puede resultarnos muy útil para promover la tranquilidad y la serenidad. Y el sosiego. Imprescindible cuando necesitamos tomar decisiones (individuales, grupales y colectivas) que sean sostenibles (local y globalmente) y sanadoras. Sin gritos. Sin aspavientos ni dramatizaciones. Sin insultos ni culpabilizaciones. Con responsabilidad. Con más silencios. Con calma y respeto. Con escucha y empatía. Con ese amor práctico que pasa a la acción y se convierte en hechos bondadosos y solidarios. Un reto maravilloso para salir vivos, sanos y más compasivos de esta pandemia. Vendrán más pandemias; y en nuestras manos (y en nuestras cabezas y corazones) está decidir qué haremos ante ellas. Y cómo lo haremos.
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