Hace ya unos años –prefiero no hacer el cálculo para no darme cuenta de cuántos– me topé de bruces con la realidad de aquellos que ... se juegan la vida en busca de una vida mejor a este lado del Mediterráneo. Era viernes por la noche, había quedado con unos amigos para tomar algo rico antes de un recital flamenco que había en El Taranto. Llegué tarde. Apenas me pude tomar una cerveza de un solo trago. Trabajaba entonces en la tele, en el Puerto Deportivo de Aguadulce, y acabamos un poco más tarde de lo normal el informativo. Ya en el coche ascendí por la empinada cuesta en dirección a El Cañarete y fue allí donde me topé con la 'noticia'.
Decenas de personas se cruzaban de un lado a otro por todas partes. Estaban en el arcén, en la calzada, por delante, por detrás,… Corrían, llevaban mochilas y parecían mojados. De repente, tuve que pegar un frenazo. En frente, permanecía inmóvil un chico joven. Estaba muerto de miedo. No dio tiempo a más. Empezaron a escucharse sirenas y verse luces azules. Dos agentes cogieron al chico y se lo llevaron. Los demás corrían y gritaban, tratando de perderse por los acantilados. La Guardia Civil me pidió que me apartase, que continuara mi marcha.
Estaba nervioso, sorprendido,… Todo había sido muy rápido. Conforme avanzaba seguía viendo por la carretera a hombres que trataban de escapar con sus pertenencias a cuestas. No sólo huían de la Policía, trataban de alejarse de una vida sin oportunidades. Superado el duro trance del mar, habían logrado pisar la tierra prometida, pero su sueño estaba a punto de esfumarse. A pesar de la oscuridad, pude ver la desesperación en los ojos de aquel chico, parado frente al parabrisas de mi coche. No he olvidado aquella mirada.
Esta semana me he vuelto a acordar de él, al conocer cómo las autoridades marroquíes siguen jugando y mercadeando con la vida de sus compatriotas. En el episodio de Ceuta les han abierto las puertas de una ratonera, sin explicarles que, aunque lleguen a Europa, su vida no será mejor. Nadie les ha dicho que a los que logren escapar, el sistema les obligará a malvivir durante años en la clandestinidad, hasta que, con suerte, unos pocos logren regularizar su situación.
El reino alauita se beneficia del apoyo financiero de la Unión Europeo y cuenta, además, con acuerdos económicos muy ventajosos. Uno de los ejemplos más claros es el que tiene al tomate como protagonista. Marruecos vende cada año un poco más de sus frutos de color rojo en todo el viejo continente, llegando a saltarse incluso los cupos y contingentes establecidos. A nadie, salvo a los agricultores y las empresas almerienses, parece importarle esto.
Es curioso, pero a pesar de la colaboración europea, miles y miles de personas siguen dispuestas a hacer lo que haga falta para salir de Marruecos. Algo debe estar fallando. ¿Nos abrirá los ojos esta crisis diplomática? Me temo que no. Los más débiles seguirán llevándose la peor parte. Personas como a la que Luna, la voluntaria de Cruz Roja, abrazaba en la playa de El Tarajal hace una semana. A pesar de lo que muchos han escrito en las redes sociales, esa escena debería enseñarnos precisamente otras cosas. Aquel hombre podría haber sido el mismo chico que se detuvo frente a mi coche muerto de miedo hace ya tantos años.
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