Memoria de un hombre de bien
Puerta Real ·
Ángel Aguado, uno de los curas obreros de la construcción, ha muertoJuan Santaella
Granada
Jueves, 13 de mayo 2021, 01:08
Acababa de terminar el Concilio Vaticano II, y con el nuevo espíritu que éste insufló, a comienzos de los setenta, algunos sacerdotes pretendieron crear una ... nueva comunidad, donde «los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, sean a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo».
En un mundo donde prima el poder y el dinero, donde la mentira se adueña de la vida social, política y económica, y donde la libertad consiste en hacer lo que nos da la gana; estos hombres de Dios, no optaron por el dinero, sino por ser sacerdotes y pobres obreros de la construcción; por vivir y predicar, no la mentira, sino la verdad del Evangelio; y su libertad no fue un capricho, sino luchar por los pobres, para igualarlos en dignidad y derechos.
Además de Ángel, estaban Antonio Quitián, José y Manuel Ganivet, Elías Alcalde, y algunos otros. Era una nueva visión de la Iglesia que consistía en compartir el sufrimiento y las angustias de los pobres. Para ello, se incardinaron «en la frontera», para «oler a rebaño», como dice el Papa Francisco, fiel seguidor del Concilio. Participaron en las reivindicaciones obreras, y estuvieron presentes en la huelga de la construcción de 1970, donde hubo tres muertos. Cinco años más tarde, ante la miseria que se vivía en los barrios de Granada, sobre todo el Polígono de Cartuja, se encerraron en la Curia junto con otros trabajadores. Fueron esposados y desalojados por la policía, y los sacerdotes enviados a Carabanchel, durante tres meses, y luego recluidos en las Mercedarias de Cájar.
Hoy sentimos, profundamente, la muerte de uno de aquellos sacerdotes, entregado a los pobres, que vivió siendo uno de ellos, y que después no los dejó abandonados, pues, tras secularizarse, su esposa, Encarnación Olmedo, y él han seguido siendo fieles testigos del Evangelio en la zona Norte de nuestra ciudad.
Nació de una familia humilde en Pinos del Valle, y se ordenó sacerdote. Su primer destino fue en la Alpujarra y aún recuerdan los lugareños su enorme dedicación pastoral y humana. A petición propia, el arzobispo de Granada, Emilio Benavent, lo trajo a Granada para ejercer como cura obrero, viviendo en comunidad con otros sacerdotes, en la Virgencica. Tras su secularización, trabajó como bibliotecario en el Hospital Real, donde fue representante sindical y participó activamente en los órganos de gobierno de la Universidad.
Ángel era un hombre íntegro, culto, afable, amigo de sus amigos, defensor de la justicia y de la verdad, valiente, comprometido, honrado y consecuente. Para él, ni el dinero, ni el poder, ni la apariencia importaban nada, porque tenía el gran tesoro de su honradez, de sus convicciones, de su admiración por Jesús de Nazaret, al que llamaba «el hombre para los demás», de su fe en unos valores que lo hacían fuerte e indestructible, y del amor incondicional de su esposa, a la que tanto quería. Adiós Ángel, hombre bueno, luchador contra la injustica y contra todo lo perverso que en el mundo existe. Has sido un ejemplo para cuantos te hemos conocido. Seguiremos manteniendo la serenidad, la paz y el compromiso que nos has dejado.
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