'Memoria degenerada'
La memoria hemos de regarla para que no se marchite. Hay heridas que supuran en España porque aún viven familias que las sufren y por los surcos de sus rostros descienden pequeños arroyos de lágrimas por los terribles atentados
José García Román
Sábado, 19 de septiembre 2020, 00:37
Hay una memoria desertora y degenerada que corroe las democracias dejándolas plagadas de agujeros negros. Es una especie de carcoma demófaga. Las apariencias ocultan destrozos ... que darán la cara en el momento que asome la ruina de la manipulación y se rompa el espejo que revela la identidad personal y de los pueblos. La memoria 'histórica', sin decorado alguno, es lábil y vive en los documentos fiables y los libros de historiadores de pulcritud y honestidad investigadora, y la humillan cuando no interesa asumir su propia verdad al desnudo: el único camino para el aprendizaje de la historia, solamente viable con un corazón de carne, no de hierro, sin sangre negra en venas de acero.
La memoria suele ser moldeada a guisa de plastilina según conveniencia: hoy toca recordar a 'mis' muertos que tú ignoras, y mañana toca recordar a los 'tuyos' que yo ignoro. ¿Cómo han podido olvidar los heraldos de la solidaridad a tantos 'parias' de la tierra, a tantos inocentes brutalmente torturados, ajusticiados, cuyos cadáveres profanados se retuercen en fosas siniestras y fauces infernales? Imposible hacer memoria de innumerables víctimas durante el siglo XX y las dos décadas del XXI ni de sus execrables verdugos.
Alejandra Tolstói –hija menor del autor de 'Guerra y Paz', que ante los abusos del zarismo escribió 'No puedo callarme'–, en 1933 (cuando en España se exaltaba a los dirigentes de la URSS, con exhibición de iconografías, «¡vivas!» incluidos) desde su refugio de Nueva York denunció angustiosamente con la misma frase de su padre el incomprensible silencio del mundo ante el terror, las deportaciones, la hambruna y los fusilamientos en la URSS. Millones de cadáveres habían padecido una segunda ignominia: los glaciales hornos crematorios del mutismo. Ningún país se daba por enterado. España incluida. El genocidio leninista-estalinista imitado por el enloquecido histerismo hitleriano, con el factor común de la criminal alergia a los judíos, era asunto baladí. Todavía se relativizan o silencian los campos de concentración de la Unión Soviética y del Tercer Reich, las monstruosas crueldades y la tiranía del Maoísmo, y el holocausto armenio y polaco, y se aconseja moderación, que recuerda a aquélla, impuesta por Churchill y el presidente de EE UU, Roosevelt, para no irritar a Stalin al conocerse la verdad del exterminio de la elite polaca en el bosque de Katyn. O la masacre china de la Puerta de la Paz Celestial (Tiananmen) en 1989 y el terrorismo y las dictaduras de ayer y de hoy.
En la primera mitad del siglo XX hubo intentos de impedir el derecho a ensanchar la memoria cultural y artística. El 10 de mayo de 1933 es una fecha degradante por la 'Quema de libros' en la Königsplatz (Plaza del Rey) de Munich llevada a cabo por asociaciones estudiantiles alemanas, en la que participaron profesores y miembros del partido nazi acompañados de unos cien mil espectadores. Los libros condenados eran de autores confinados en el ostracismo. Con el 'Arte degenerado' ('Entartete Kunst') del Tercer Reich en la exposición de julio de 1937 y la 'Música degenerada' ('Entartete Musik') –criterio similar al de la URSS– se prohibían expresiones artísticas que no fuesen hijas del 'realismo heroico'.
La memoria hemos de regarla para que no se marchite. Hay heridas que supuran en España porque aún viven familias que las sufren y por los surcos de sus rostros descienden pequeños arroyos de lágrimas por los terribles atentados (más de 900 asesinados y mutilados física y psíquicamente). A modo de muestra de ataúdes blancos: veinte niños muertos en acciones terroristas. María Begoña Urroz, de 18 meses, el 27 de junio de 1960; José María Piris Carballo, de 13 años, el 29 de marzo de 1980; cinco niñas de entre 4 y 12 años, el 11 de diciembre de 1987; Luis Delgado, de dos años, el 23 de noviembre de 1988; cinco niños, el 29 de mayo de 1991; Fabio Moreno, de dos años, en noviembre de 1991; Silvia Martínez, de seis años, el 4 de agosto de 2002. De la extensa relación de ataúdes negros (políticos, civiles, jueces, policías, guardias civiles, militares), dos nombres: Miguel Ángel Blanco, el 13 de julio de 1997, concejal, cuyo secuestro tuvo en vilo a la España de la empatía que lloró al conocer el trágico desenlace, y Luis Portero, Fiscal Jefe de Andalucía, el 9 de octubre de 2000, en Granada.
Un pueblo con Alzheimer pierde su identidad al no reconocerse en el espejo. Repintar o desfigurar lienzos históricos debería incapacitar política o profesionalmente a quien lo hiciere. La verdad forma parte sustancial de la dignidad humana. Es increíble que aún se siga manteniendo que los malos están en un lado y los buenos en otro. La bondad y la maldad habitan en todos los lugares.
Una ley de memoria histórica ha de ser como un mar con horizonte infinito, sin obstáculos que deformen realidades de nuestro pasado, para aprender de él, pues según la lúcida visión del filósofo Ortega: «El pasado no nos dirá lo que debemos hacer, pero sí lo que deberíamos evitar». Verdad y memoria, sin guillotina. Así de sencillo. Descuartizar o recortar la memoria puede ser una indecencia. Urge por tanto que nuestra democracia brille por la verdad despojada, aunque al exponernos a sus rayos nos queme como sol de mediodía de estío.
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