¡Qué sería de nosotros sin la Medicina! Sí, hay que ponerla en mayúscula. Y no solo porque medicina sirva también para denominar a los ... productos farmacéuticos que consumimos, sino porque el tema al que me refiero lo merece de sobra. Bien es verdad que la medicina –como la ciencia en general– depende mucho de la época histórica en la que se sitúe. Ni uno ni otro concepto coinciden en sus contenidos sino referidos al siglo en el que toque analizarlos. También es oportuno añadir que, en el concepto de medicina, no siempre se habla de lo mismo. Una es la medicina oficial y otra la alternativa, por ejemplo. Y ni mucho menos soy de los que desprecia a esta segunda.
El caso es que un día, mi médico principal –es el que se ocupa de mi principal problema de salud me desveló algunas cosas que yo no creía tan extendidas en el mundo de la práctica de la medicina. Porque él, Guillermo Dávalos, además de médico, es paciente. Y, como tal, tiene que recurrir a veces a otros compañeros de profesión. Y aquí es donde médico y paciente coincidíamos en echar de menos una práctica de la medicina cuyas características se están perdiendo. Pero, para trasladarle a usted el asunto lo mejor posible, voy a recordar primero una anécdota del médico español Gregorio Marañón. Según cuentan, en una ocasión, le preguntaron a este médico sabio por la innovación más importante en los últimos años (en la medicina, claro). Y él, tras reflexionar unos momentos, dijo: la silla. Y añadió: porque ella nos permite sentarnos al lado del paciente, escucharlo y explorarlo.
Y aquí puede estar la clave de lo que echo de menos algunas veces en la práctica actual de la medicina. No en el caso de Paco Astudillo –que se pasa–, ni en el de otros muchos de cuya atención solícita y competente me he beneficiado a lo largo de mi ya larga experiencia de paciente (por cierto, qué nombre más bien puesto, caramba). Pero sí en otros a los que no he tenido más remedio que recurrir. Lo que me sorprendió fue que Guillermo –a este coronel en la reserva me honro en tutearlo–, cuya práctica en la consulta me ha resultado siempre ejemplar por su eficacia y proximidad, hubiera padecido también estos inconvenientes a pesar de su condición de doctor (como Astudillo, lo es además de médico).
Soy consciente, por otro lado, de que, cuando se habla de medicina, no suele tenerse en cuenta a todo ese personal necesariamente vocacional y que se mantiene en un nivel más discreto, aunque no menos importante. Sobre este asunto hablaba el otro día con Manolo Paz, también médico de una acreditada vocación. Me refiero, claro, a todos esos enfermeros, auxiliares y demás personal sin los que el ejercicio de la medicina sería imposible.
Por desgracia, el desapego afectivo que se observa en ciertos médicos no es el único mal que afecta a la medicina en estos tiempos. La atención a los enfermos está sufriendo demasiados retrasos, cuando no prácticas incongruentes. Y, por citar una sola de estas, diré que me siguen ofreciendo consultas telefónicas para el tratamiento de problemas dermatológicos. Y hablo de la medicina privada, que de la pública se oyen cosas como para no creerlas.
Puede que todo se deba a falta de titulados, pero esta sociedad no debe permitirse tal desajuste.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión