El uso de la mascarilla ha dejado de ser obligatorio. Aunque aún quedan lugares en donde rige la norma de taparse con ella una parte ... sustancial de nuestras facciones. Por ejemplo, en los autobuses. La verdad es que yo soy de los que he tenido que ser advertido sobre su uso en más de una ocasión. Y es que se va por la calle sin ella, se entra en el supermercado a cara descubierta –soy de los pocos que siguen comprando con la cara embozada– y, cuando uno va a subir al autobús, se olvida de que va 'desprotegido'. Tengo que añadir que, así como soy de los despistados que suben sin la mascarilla puesta, los conductores me lo hacen notar con amabilidad y comprensión. Lo que agradezco mucho.
Pero, desde que este uso de la mascarilla es exigido para viajar en el transporte público, he tenido ocasión de presenciar varias incidencias curiosas. La más extraña ocurrió en Madrid, concretamente, en las inmediaciones de la plaza Elíptica. Yo viajaba en el autobús 116 y noté algo raro en el diálogo entre un señor mayor y el conductor. El del volante movía la cabeza y el otro no tuvo más remedio que bajar. Por fin descubrí de lo que se trataba. El aspirante a viajero pretendía entrar usando un pañuelo doblado a modo de mascarilla. Lo sujetaba con las patillas de las gafas. Verídico.
El siguiente escenario hay que situarlo en la estación Plaza de Armas de Sevilla. A mi lado se sentó una chica, Cecilia, psicóloga argentina con apellidos italianos. Le hice ver que no llevaba puesta la mascarilla reglamentaria. Ella me dijo que no tenía ninguna. Por suerte, yo acumulaba varias sin estrenar en mi mochila; así que resolvimos la situación. Me sorprendió mucho que se le hubiera permitido el acceso sin el tapabocas; después pude observar que no era la única persona que lo había conseguido. Y es que, en la línea que une Sevilla con Granada, los conductores suelen ser muy benévolos a la hora de aplicar la norma.
Pero hay más anécdotas que contar. Las siguientes tuvieron lugar en la línea de Cabo de Gata con Almería. A las nueve de la mañana somos muchas las personas que, por diferentes motivos, nos desplazamos a la capital (somos más pueblo que barrio). Para ir a comprar, por ejemplo. Pues bien, en la parada de Rambla Morales, un pasajero pretendía subir al autobús sin la mascarilla reglamentaria. Por suerte para él, el conductor era Héctor. Así que Héctor echó mano a su mochila y extrajo una mascarilla que regaló al hombre. Ni unas simples 'gracias', ni gesto alguno de gratitud: una sonrisa fue toda su respuesta. No fui yo solo el sorprendido por el hecho observado; incluso algunos manifestamos nuestra desaprobación por el proceder del beneficiado. Continuó el autobús y en Ruescas sube otro hombre con las mismas características. Héctor volvió a agacharse y donar una mascarilla al recién llegado. El mismo comportamiento por parte del agraciado. Supongo que usted reconoce el grupo humano del que ambos forman parte. Isabel, una almeriense nacida en Orán, se fijó en lo importante y dijo: 'Un hombre con buen corazón'.
Bueno, pues, a la vuelta de Almería, todavía Héctor obsequió con una mascarilla a otro viajero despistado.
Saque usted las conclusiones que le parezcan oportunas. Yo, por supuesto, ya he sacado las mías.
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