Supongo que a todo aquel que lea estas líneas lo habrán molestado por teléfono ofreciéndole tarifas beneficiosas y casi propias de ganga (es decir, gangosas), ... preferentemente a la hora de la siesta. Pues como se ignora si el número que aparece en la pantallita es de un amigo que desapareció, del SAS notificando que ha llegado el momento de recibir vacuna o se han equivocado, se cae en el error de descolgar, claro. Y allí fue Troya, porque lo primero que la víctima se encuentra es que la o el comercial la tutea. Como si lo conociera a uno de toda la vida. Ya sé que existe la lista Robinson, y apuntado en ella estoy, lo que no me libra de recibir llamaditas. Alelado por esa siesta interrumpida, el torturado atiende con educación e incluso puede que trate al comercial de usted, que debería ser lo normal entre desconocidos.
Pues no, no es lo normal. Lo normal hoy es la familiaridad procedente del interés por sonsacarle a uno los cuartos, crear dependencias hacia tal o cual empresa. Conviene recordar que también en inglés existe el trato de usted y el tuteo: se usa el nombre de pila, o el apellido precedido del señor o señora.
Ignoro qué estarán pensando, o creyendo, o quizá ni una cosa ni otra, solo sintiendo, como los hipopótamos, los técnicos que dan cursillos a esos comerciales, convenciéndolos de que si tutean, si tratan con esa falsa familiaridad, adecuada en cuñado palmeante de espalda, el cliente se rendirá a los pies. Uno se siente tentado de proponer, ante tamaña intimidad, una cita en pub sin distancias de seguridad ni mascarillas, como convivientes.
Hablando en serio, es un error esa técnica confianzuda: el o la comercial no sabe si la persona con quien habla es partidaria de ella o no, si se sentirá a gusto como los viejecitos internos en residencia sonríen ante el cuidador que los tutea, sí, pero al menos les hace un servicio imprescindible. Mi pataleo, ya lo sé, querido lector, es inútil y patético, porque esos cursilleros (tal vez la palabra proceda de cursis) de márquetin no van a leer este artículo, y ni siquiera leerán el resto del periódico. Ya no se lee, ni periódicos ni nada, de igual manera que ya no se consideran necesarias las formalidades, la educación, la cortesía. Ahora se convence por invasión. ¡Pues convencerán a otro, no a mí!
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