El baile
Marina Rueda
Viernes, 18 de julio 2025, 22:54
Anoche tuvimos un espectáculo de baile. Las parejas eran mixtas en género y edad, habiéndolas jóvenes, quinceañeras y adultas de hasta siete décadas. Los nervios ... reinaban y las ganas se imponían en el escenario. Meses calurosos de preparación exquisita que dudo se reflejasen en la hora escasa de actuación. Los resultados fueron satisfactorios, aunque hubiese algún que otro traspié y, entre homenajes y aplausos, cerramos el curso para inaugurar la verbena. Los vecinos del barrio crearon un ambiente de juerga que, junto a mis compañeros, se me hizo cómodo y familiar. Me dejó una sensación tan agradable que hoy me anima a sentarme y escribir.
El baile es una actividad orientada al autocuidado. Lo creo así por muchas razones, entre ellas, porque incita al movimiento sin apenas esfuerzo mental. Su materia prima, la música, contiene capacidades neuroestimulantes que, a través de ritmos y melodías, nos conmueve e inspira. La música alegra, sobre todo, porque desata un circuito dopaminérgico que conecta y relaciona a los sujetos, incluso siendo desconocidos. Cierto es que bailar no es igual que saber de baile. Los estilos de música marcan compases alternos, de cuyos golpes instrumentales se consiguen las bases de las coreografías. En las clases se aprende a moldear la postura de las piernas, a figurar con los brazos y se acompasan las caderas con nuestras extremidades; en el rodaje, uno aprende a llevarse y agudiza sus sentidos. Aprender a bailar es sinónimo de autocontrol y compromiso entre integrantes que se comunican mediante risas, miradas y manos. Además, se potencia nuestra capacidad de análisis y expresión corporal, en vista a que cada persona deja su esencia en la coreografía. También el baile cuida el refuerzo personal, haciendo que las personas conecten consigo mismas y se vean capaces de producir, expresarse y, por qué no, de lucirse. Esta cuestión es muy importante, sobre todo, a niveles físicos y psicológicos. Hoy día son cada vez más las personas que sufren inseguridades con sus cuerpos y adoptan estilos de vida sedentarios que provoca enfermedades y problemas de salud. La tendencia se agrava con el consumo de redes y la exposición de contenidos falso y seductor que, lejos de la realidad, vende cuerpos insanos y formas de vida inalcanzables. Las expectativas son tan altas que una persona de a pie se frusta y desarrolla problemas de autoestima, distorsiona su percepción y, en el peor de los casos, se abre camino a la depresión.
Entre estas líneas, no busco promocionar el baile como si fuese 'el todo' ni vengo a dar lecciones psicológicas o de psicomotriz. Mi intención parte de los beneficios de las actividades físicas, sin cargos, ni parafernalias. Actividades sencillas, banales, llenas de vida y alejadas de lo virtual. La felicidad se encuentra en las cosas sencillas, en un tropiezo y las risas de tus compañeros, en un mensaje alentador de mi profesor, en chácharas 'al fresco' en la puerta de Ani y Conchi, en la calidez del grupo, en volarle las gafas a mi compañero de salsa. Desde mi experiencia, las clases de baile son un fiel reflejo de la vida, pues evidencian que el logro personal no depende del talento sino de factores como la constancia, el autoconocimiento, la tolerancia y cooperación, el ensayo y error. Quien mejor refleja esta filosofía es mi compañera María Angustias que, con su escasa visión, se apoya en la música para teñir sus días de color.
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