Hubo una época, hace diez años o así, donde era un gran consumidor de los libros de memorias de políticos. Una manera bastante estúpida de ... perder el tiempo y el dinero, porque salvo contadísimas excepciones la mayoría que les escriben un libro solo lo utilizan para hacerse un homenaje a sí mismos y saldar cuentas pendientes que ya no importan a nadie. De ahí que lo más sorprendente de un político de alto nivel, aunque de baja cama, sería que en vez de vendernos su libro tuviese el coraje de pedirnos perdón. Que yo sepa, ninguno lo ha hecho; y el único que dimitió tras un fracaso electoral- Albert Rivera- salió por la puerta de atrás de su partido y después de su breve experiencia laboral.
Me viene esto a la cabeza porque el otro día se cumplieron 4 años de esa infame moción de censura, absolutamente ilegítima por mucho que fuese legal, y abiertamente basada en una clara prevaricación judicial que solo ha merecido para su autor un leve reproche de la élite judicial. Hay quien sigue culpando a Rajoy de no dimitir para evitar que llegase Pedro Caballero a la Moncloa; pero, ciertamente, a estas alturas caben serias dudas de que el entonces casi muerto políticamente secretario general de un PSOE que tocaba fondo en las encuestas hubiese cumplido su palabra de retirar la moción si Mariano se hubiese ido a su casa. En cambio, sí que existen dos pecados incuestionables e imperdonables que deberían de haber expulsado de por vida de cualquier vida pública y política a su autor: que en esas horas tan dramáticas para el futuro del país decidiese marcharse al bar, dejando un bolso ocupando su escaño; y que no haya tenido la más mínima decencia institucional de pedir perdón a los españoles de cómo se comportó entonces. Porque en aquel momento Mariano Rajoy no era Mariano Rajoy Brey; era el presidente del gobierno que estaban cesando con una moción donde todos los enemigos de España y de la democracia se encontraban incluidos. Cuatro años más tarde, el susodicho se permite el lujo de publicar libros con títulos tan insultantes como el de 'política para adultos', mientras su partido lo pasea orgulloso por convenciones, congresos, conventos y baronías. No me extrañaría, a raíz de esto, que el día que no esté Ayuso en el poder, cualquier chiquilicuatre que ocupe entonces Génova 13 empiece a recuperar a Pablo Casado, quién sabe si como nuevo presidente de la renacida FAES.
Hacer ahora el balance de estos años de tiranía socialista-podemita sería un ejercicio tan cansino como inútil, porque lo realmente terrorífico no es el panorama actual sino el legado que dejará esta banda de incapaces sectarios el día que abandonen el poder, si es que para entonces aún queda país en pie. Pero un indicador de la degradación de nuestra democracia y de nuestras instituciones lo podemos ver en cómo se ha comportado la izquierda cuando se ha asomado a elecciones que les importaban, como las de Madrid y las de Andalucía, dejando las de Castilla y León a la sombra de esa chorrada que llaman 'la España vaciada'.
Es cierto que el espectáculo grotesco que dieron en Madrid, con Pablo Iglesias intentando ganar una nueva guerra civil y el montaje socialista de la navaja postal, es casi imposible de superar, excepto cuando llegue la gran batalla, que serán las Generales. Pero en estas de Andalucía, la izquierda está dejando un nuevo sello de identidad –nunca mejor dicho– que la sitúa al nivel del separatismo xenófobo catalán o del discurso del RH vasco.
El PSOE hace tiempo que renunció a defender una nación de ciudadanos libres e iguales; pero ahora ya están dispuestos a (con)fundirse directamente con el chovinismo xenófobo que legitima el PSC montillesco icetero.
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