La máquina de libertad
manuel predreira romero
Sábado, 30 de mayo 2020, 03:20
Deseaba tanto una bici de marchas que por entonces solo se me ocurría una felicidad mayor: ganar un apartamento en Torrevieja en el Un, dos, ... tres. Sucede que en esos tiempos tenía un concepto un poco brumoso de lo que era un apartamento y, por supuesto, ni la menor idea de dónde estaba Torrevieja, así que la bici de carreras seguía inatacable en la cúspide absoluta de mis aspiraciones como chavea. Ahorré y me compré por fin la bici, una BH azul voladora con dos platos y siete piñones. Perico hizo el resto.
Luego ha habido más bicis en mi vida, cada una mejor y más bonita que la anterior, pero nunca me desprendí de la primera, quizás por una mezcla de respeto, afecto y un indisimulado síndrome de Diógenes que sufro con todo aquello que tiene que ver con esos artefactos. Con lo que no, también. La BH azul se cubrió de óxido y un buen día de hace siete años decidí transformarla en una bici urbana. Sin marchas, sin frenos, manillar recto, el cuadro pintado en rojo, ruedas blancas contrapedal, sillín a juego con remaches plateados... en esencia, la bicicleta más bonita de Granada. Pero más bonita todavía es Granada subido en una bici, seguramente el invento con el que ser humano llegó a su cima.
Con la primera pedalada, cuando afirmas el manillar y empiezas a deslizarte sobre las ruedas, descumples de golpe veinte años. Y treinta. La ciudad es tuya desde ese momento, sobre todo una como Granada, con medidas humanas, que puede recorrerse de lado a lado sin necesidad de tener los pulmones de Alejandro Valverde.
Granada amaneció el otro día con muchos kilómetros de espacio reservado para el pedaleo. No son estrictos carriles bici, sino más bien 'bike friendly', caminos por los que se les da prioridad a pedaleantes y patinetes frente a los coches. Intuyo que queda un largo camino por recorrer para parecernos a Amsterdam pero es un pasito en la buena dirección que no debe tener vuelta atrás. Ojalá esta pandemia homicida que ha segado miles de vidas, ha cerrado el mundo y va camino de llevarlo a la quiebra, nos deje también la humilde huella de una rueda de bicicleta.
H. G. Wells escribió a finales del XIX 'Ruedas de fortuna', la crónica de un viaje en bicicleta por el sur de Inglaterra, quizás la primera obra literaria de temática ciclista. Y suya es la célebre frase de que cada vez que veía a un adulto en una bicicleta recuperaba la esperanza en el ser humano. Anímense a ver la vida desde una bici, es la mejor máquina de libertad que existe. Y no dejen de hacerlo aunque sea como ahora, cuesta arriba y con el viento de cara.
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