El viejo socialista
Lo que tiene descolocado a mi colega es que son sus compañeros de partido quienes le hostigan
Manuel Pedreira Romero
Viernes, 28 de noviembre 2025
Tengo un amigo que se ha pasado toda la vida votando al PSOE y ahora no sabe dónde meterse. Ojo, no se confundan. A mi ... amigo no lo persiguen los votantes de Vox por rojo peligroso y antiespañol. Tampoco los simpatizantes del PP por haber respaldado a un gobierno Frankenstein que no gobierna y malvive arrinconado por la corrupción. Ni siquiera teme que los seguidores de los partidos a la izquierda del suyo lo censuren por tibio. Con todo eso cuenta mi amigo, que ha dejado atrás el medio siglo y conoce muy bien los límites en los que se mueve cada bando ideológico.
Lo que tiene descolocado a mi colega es que son sus compañeros de partido quienes le hostigan en silencio y de palabra por disentir de las posiciones en el lado correcto de la historia que señala cada mañana el inquilino de la Moncloa. Le acaba de pasar con la condena al Fiscal General del Estado. Mi compañero estudió Derecho y aunque ahora se dedica a otros menesteres, le quedó el poso de un profundo respeto por las leyes y sus intérpretes. Por eso la semana pasada pensó que si el Supremo había condenado al fiscal a lo mejor había sido por algo. Entonces puso la radio que había escuchado toda su vida, vio una tertulia en TVE, leyó el editorial de su periódico de cabecera y, perplejo y cabizbajo, concluyó que se había convertido en un ultraderechista redomado.
Recordó entonces que con la amnistía le pasó algo parecido. Soportó un bombardeo de patrañas sobre lo buena que resultaba aquella medida para la convivencia y estuvo a punto de sucumbir, pero en un arranque de lucidez se quedó en el mismo sitio que al principio, el que le dictaba su conciencia. Y su conciencia le decía que indultar primero y amnistiar después a los líderes de un golpe de Estado a cambio de una investidura era colocarse en unas cotas de envilecimiento de las que ya no se puede regresar. Al borde del llanto asumió que seguía siendo socialista, pero un mal socialista, como Felipe y Alfonso, como Nicolás Redondo hijo, incluso como Joaquín Sabina o Alaska, otrora iconos de la rebeldía y ahora emoticonos de la derecha.
Recordó que los argumentos con los que rechazaba la amnistía hace un par de años (o el abrazo a Bildu y ahora la financiación singular, que son las verdaderas corrupciones) ni siquiera eran suyos, sino que ¡se los había escuchado al líder de su partido, maldita sea! Y se rindió. Siempre se tuvo por un tipo sensato, moderado, partidario de la justicia social pero equilibrado y con la línea roja de la ley y un puñado de principios.
Qué desazón cuando se miró al espejo y, entre la bruma de las lágrimas, acertó a vislumbrar que su careto de viejo socialista se había transfigurado en los rasgos de Santiago Abascal.
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