Trapero del tiempo
'La puta del juez' se lee como la obra de madurez de un escritor de largo aliento
Manuel Pedreira Romero
Viernes, 16 de mayo 2025
Un hombre entrada la cincuentena se topa con un abogado por la calle. Es un letrado veterano, de envergadura, que ha salido en los papeles ... muchas veces. Por eso el hombre sabe a quien se dirige cuando lo aborda y sin más preámbulo le inquiere: «Oiga, usted es abogado, ¿verdad? Dígame, ¿en los guasap entre Ábalos y Pedro Sánchez hay delito? ¿Pueden ir a la cárcel?». El abogado ha visto tanto en casi medio siglo de ejercicio que no se asusta. Y como ha visto tanto y sabe salir de cualquier situación, le da una larga cambiada al curioso y lo deja sin dictamen de balde. Esta anécdota es real, del miércoles, y más allá de una impertinencia más o menos notoria del fulano, evidencia la confianza que un profesional de prestigio puede llegar a destilar a su alrededor, un respeto que roza la veneración. Es como acudir a un médico con un corte en la mano y pedirle que te identifique el grupo sanguíneo.
El abogado que debía vaticinar al paso el recorrido judicial de los guasap filtrados se llama Pablo Luna y acaba de publicar una novela. Se ha metido en un jardín en el que nadie le va a reclamar informes apresurados porque en el planeta editorial es un simple maletilla. O no, porque 'La puta del juez' (Valparaíso) se lee como la obra de madurez de un escritor de largo aliento.
La premisa es un machetazo: un juez aparece en su despacho con un disparo en la cabeza. Y con ese mismo machete, Pablo Luna desbroza la vida atormentada del juez, su inagotable duelo interior, sus incertidumbres y la cárcel mental de la que no es capaz de salir sin dejar atrás un reguero de víctimas. ¿Es un suicidio? ¿Un asesinato? Suena a novela negra pero no hay que fiarse porque el ingrediente que liga toda la trama y atraviesa las trescientas cincuenta páginas como un latigazo es el amor, un amor torturado que desdobla una y otra vez al protagonista para después plegarlo y replegarlo sobre el precipicio de su cobardía y sus contradicciones.
Es esa refutación permanente de sus sentimientos lo que más humaniza al personaje por muy nauseabundas que puedan parecer sus deslealtades, la primera a sí mismo. Envidio a los lectores que no se sientan identificados con el vaivén emocional de ese juez. O directamente no me los creo. Y si el último siglo de la historia de España, con el final de la dictadura, el andar tembloroso de la democracia, el papel de la iglesia y de la administración de justicia es el telón de fondo de la historia, tampoco sería descabellado colocarla en el estante de las novelas sociales.
Dicho lo cual, la auténtica proeza es haber sido capaz de firmar una obra mayor y al mismo tiempo llevar adelante unas obligaciones profesionales desbordantes y absorbentes. Trapero del tiempo es el concepto. Lo acuñó Marañón y Luna lo ejerce.
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