Sudor de Balenciaga
Manuel Pedreira Romero
Viernes, 2 de junio 2023, 23:22
Era un anuncio navideño, el de Freixenet de todos los años, pero el protagonista no era un cualquiera. Paul Newman, en mangas de camisa y ... con toda esa belleza inexpugnable de sus 65 años, se dirigía al espectador y le recordaba que habían vivido muchas cosas juntos: «Hemos luchado contra los indios, hemos asaltado trenes en marcha, hemos dado el gran golpe, pero hay algo que todavía no hemos hecho… y es brindar». Las llamaradas azules con las que Newman devoraba la cámara (aquí se termina lo mejor de esta columna, puedes abandonarla ya y saltar a otra sin ningún remordimiento, nadie se va a dar cuenta, dale) se me vinieron a la mente el otro día cuando escuché a Pedro Sánchez anunciar que deberemos elegir al presidente del gobierno el penúltimo domingo de julio, cuando el calor sea tan sofocante que a los que salgan a fumar a la calle se le apagarán los cigarrillos por falta de oxígeno.
Se me vino a la cabeza porque recordé las diferentes circunstancias, fechas y hasta atuendos con los que he acudido a un colegio electoral a depositar mi voto. Y he ido abufandado, con guantes y entumecido como una estatua. Defendiéndome de la lluvia con un paraguas de Hello Kitty. Con manga larga, con manga corta y mediopensionista. Con resaca del sábado de Corpus y más sobrio que Teresa de Calcuta. Con ganas y sin ganas. Con el voto ensobrado desde casa y decidiéndolo con una moneda. Pero hay algo que todavía no he hecho, y es ir a votar en bañador, con el carné en una mano, un flotador en la otra y más arena en los pies que una tonelada de almejas.
Lo último es un decir, porque uno vota en la capital y la arena fina queda lejos, diría que en otras provincias, pero la cita con las urnas a finales de julio constituye una anormalidad y dibuja un panorama (esto queda bien, suena a analista experto) sin precedentes y, por tanto, impredecible pese a la rotundidad de las tendencias expresadas en las urnas el domingo pasado. De repente, el voto por correo, esa rareza reservada antes para emigrantes tenaces que votaban desde Lugano, Buenos Aires o Tel Aviv, va a entrar en las casas de millones de españoles igual que lo hicieron las mascarillas hace tres años. Se va a poner todo perdido de papeletas. Correos y las suspicacias no van a dar abasto. Aunque siempre quedará la posibilidad de salir a la calle ese domingo, a las seis de la tarde, y caminar hasta el colegio electoral como el que pasea por las avenidas del infierno. En la cara de Newman hasta el sudor parecía hecho por Balenciaga. En la mía no lo tengo tan claro. Por si acaso, feliz navidad con Freixenet.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión