El serrín del suelo
Manuel Pedreira Romero
Viernes, 12 de enero 2024, 23:02
Llegará el día en que cierre por defunción este rincón semanal y serán otros quienes deban tomar las decisiones. Para empezar, qué hacer con el ... fiambre. Ya es tarde, pero que muy tarde para seguir el manual de instrucciones de James Dean. Por muy rápido que viva lo que me queda, ya sea media hora o medio siglo, no hay botox ni ácido hialurónico suficiente para dejar un cadáver bonito y en el caso de acudir a la silicona parar reparar el daño inmisericorde de los años, daría mejor resultado en las manos de un fontanero que en las de un cirujano. El resumen es que no he decidido aún el destino de este saco de huesos y secreciones, ni creo que lo decida hasta después de muerto, con el consiguiente susto para mis deudos.
Mucha gente sí se para a pensar en asuntos tan refinados y agradables como el rumbo que ha de tomar su cuerpo cuando el alma huya y se libere por fin de la hermosa vulgaridad de la carne. El personal proporciona instrucciones detalladas como quien le pide al carnicero que los filetes de lomo sean un poco más gruesos, que son para barbacoa. La incineración le ha ganado tanto terreno a las inhumaciones clásicas que ya resulta hasta raro ver meter un ataúd en un nicho, no digamos ya en un hoyo. En Benarés, a la orilla del Ganges, presencié una mañana el final de un rito de cremación, y hasta cedí a la tentación del morbo de grabar aquella pila de leña bajo la que supuestamente había un cuerpo. Y grababa y grababa hasta que vi horrorizado cómo se caía al suelo un pie, desgajado y gris como un leño en la chimenea. La madre que me parió.
Ya tengo la encomienda de más de un familiar cercano sobre qué hacer con sus restos cuando la implacable parca le alcance. Unos, consecuentes hasta el final, piden un esparcimiento discreto por diversos bares donde fueron felices, que no sé cómo voy a apañarme porque esta manía reciente de la limpieza ha suprimido el serrín del suelo de las tabernas y me va a dejar con el culo al aire cuando suelte el montoncito gris. Otros optan por el mar, un clasicazo como el de mañana en Arabia Saudí, mientras que tengo también indicaciones de otros de no hacer nada con sus cenizas, nada especial. Quedármelas o tirarlas por el váter, a elección. Y no, eso sí que no.
Cuando uno pide ser incinerado debe especificar qué hacer después con las cenizas. De lo contrario, puede ocurrir que aparezca la urna funeraria abandonada al lado de un hospital, como ha ocurrido esta semana en Granada. La policía consiguió localizar a los familiares del difunto y le devolvió la urna. «Un olvido», justificaron. Habría que ver lo que pensaron de verdad cuando le cerraron la puerta a los agentes.
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