Olor a muerto
La costumbre de publicitar la venta de estas fragancias carísimas en Navidad viene de muy lejos
Manuel Pedreira Romero
Viernes, 3 de enero 2025, 22:55
Aquel prisionero del viejo acertijo descubría que sus malvados captores lo tenían preso en un país del hemisferio sur cuando, al lavarse las manos, comprobaba ... que el agua giraba hacia el desagüe en el sentido contrario a las agujas del reloj. Qué astucia, pardiez. Pues no. El tiempo y el maldito internet han convertido aquello en una leyenda urbana, una más en ese largo y abominable proceso de desmontar nuestra infancia por la fuerza de un empirismo cenizo y mal entendido.
Me viene todo esto a cuento porque, como en el héroe del cuento, mi probada perspicacia me confirma cada año que estamos en Navidad en el momento en que mis ojos cuentan diecisiete anuncios seguidos de perfumes en la televisión. Tate, ya debemos estar en Navidad porque llevo quince minutos atufado de colonias. Nunca veo la tele pero creo que, si la viera, me pasaría eso que acabo de contar. La costumbre de publicitar la venta de estas fragancias carísimas en Navidad viene de muy lejos. Puede que de antes de inventarse la Brummel, aunque cuentan que ya se encontraron frascos de esta colonia de hombre hombre en las cuevas de Altamira. La explicación más inmediata que a cualquiera le viene a la cabeza para justificar la tromba de anuncios de perfumes que padecemos en Navidad es que se trata de un regalo al alcance de todos los bolsillos, que nunca sobra en una casa y que siempre es socorrido. Entonces, ¿por qué no vemos anuncios de destornilladores planos o de lijas de 150, que al final son todavía más necesarias en una casa que oler bien? Pues no. Erre que erre, lujosas marcas invierten millonadas en inspiradores anuncios con señoritas a lomos de tigres y señoritos zambulléndose en calas de aguas cristalinas para garantizarnos que, si adquirimos sus frascos, alcanzaremos el nirvana olfativo y dejaremos de oler a ajo, como nos afeó la spice pija.
Es un rito más de la Navidad, que es una ceremonia en sí misma, una liturgia hueca y repetitiva que resiste el paso del tiempo y nos convoca para una batalla perdida de antemano. Nadie escapa de la Navidad y quien lo intenta, además de no conseguirlo, le añade otra muesca al protocolo de los renos, el árbol y el belén, porque no hay nada más navideño que abominar de estas fiestas.
Pero no desviemos el foco. Volvamos a los perfumes y a su dispendio publicitario en estas fechas. La cuesta de enero no sería tal si no gastáramos cien euros en un frasco enrevesado. A mí acaban de regalarme uno. Huele muy bien pero por muy bien que huela, no logrará enmascarar el olor a muerte que todos llevamos encima. También en estas fechas.
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