Una montera en el Citroën
A veces me pregunto qué hubiera sido de mi vida si no me hubiese pasado la mitad de ella buscando dónde dejar el coche
Manuel Pedreira Romero
Viernes, 26 de julio 2024, 17:23
Una vez conseguí aparcar en la calle San Antón. Fue una conquista de incalculable valor, lo sé. No intervino ningún mérito, solo la fortuna, el ... puro azar que liberó un hueco de cinco metros para mi Citroën. A veces, en las reuniones de amigos a las que todavía me invitan, me piden que lo cuente. Nadie me cree. Aparcar en San Antón, en esas cuatro o cinco plazas que quedaban al comienzo tras el giro desde Alhamar cuando se podía girar a lo loco sin la vista puesta en ningún parking, por el mero placer masoca de no encontrar un sitio libre, era una entelequia, una fantasía, algo así como cazar un ciervo con las manos.
Yo siempre pasaba por allí como hubiese pasado por el muro de la mansión playboy (esto es incorrectísimo), soñando con utopías. Hasta que una noche encontré un aparcamiento y con una maniobra limpia y eficaz estacioné allí mi coche. Me faltó desmonterarme al bajar pero no encontré ni una mísera gorrilla en la guantera. Fue tal la emoción, la intuición de que un milagro así contenía un mensaje que merecía ser escuchado, que barajé la posibilidad de dejar allí el coche para siempre. Luego iría a visitarlo un día sí y otro no para cerciorarme de que el prodigio era real y no producto de mi imaginación, cualidad que por lo demás no poseo.
Merodearía ufano a su alrededor y respondería que sí, que ese coche ahí aparcado era mío, igual que quien señala con orgullo al niño que ha marcado el gol de la victoria y proclama que es su hijo. Deseché la idea por cuestiones prácticas y cuando horas después saqué el coche del aparcamiento lo hice con lágrimas en los ojos y un espíritu furtivo. No quería ver cómo otro ocupaba mi lugar en el paraíso.
A veces me pregunto qué hubiera sido de mi vida si no me hubiese pasado la mitad de ella buscando dónde dejar el coche. Sería el mismo que soy ahora pero es bonito pensar en los horizontes que podrían haberse abierto. Quién sabe. Quizás habría juntado tiempo para ser notario. O tiktoker. Mis coches han recorrido más kilómetros buscando aparcamiento que viajando al Ampurdán. Yo mismo me decía que era una exagerado hasta que una tarde de locos que no encontraba hueco cerca de Los Cármenes vi pasar delante de mis ojos las calles de Berlín.
Ahora, el Ayuntamiento de Granada ha ampliado las plazas de zona azul, una medida que ayudará a los conductores pero les robará la épica de lo milagroso y les negará el asombro con el que me topé aquella noche de mayo al doblar por San Antón. Desde entonces, no falta una montera en mi Citröen.
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