Macarrones recalentados
Granada es la Alhambra, el Albaicín, los bares y un gigantesco piso de estudiantes
Manuel Pedreira Romero
Viernes, 19 de abril 2024, 23:00
Tengo varias cuentas pendientes imposibles de saldar en esta vida. Tendría que nacer otra vez o convertirme al budismo o a cualquiera de esas religiones ... que te engatusan con el cuento de la reencarnación, que todo eso hay que dejarlo muy bien atado, no sea que te pases la vida en cuclillas y quemando varitas de sándalo con el secreto propósito de renacer para hacer mejor las cosas y luego te reencarnas en un gato y a tomar viento lo de la gastronomía y lo de las tres estrellas Michelin, y a lamer las raspas de las sardinas. Digo que tengo varias cuentas pendientes a las que ya he renunciado, unas por sensatez y otras por, por, por cojones.
Ya nunca podré irme de interrail con mis colegas por Europa. Un mes de dormir en andenes, coleccionar imanes, tazas y borracheras, de vagón en vagón, de cama en cama y de beso en beso. Los trenes siguen ahí y también el billete interrail. Incluso algún colega queda, pero soy yo quien ya no está. Quien ya no está para dormir dos horas, darme un golpe en el pecho como king kong y salir corriendo para coger el siguiente tren. Vaya por delante que no tengo queja ninguna de lo vivido hasta ahora y muy pocas cosas me harían desear volver al pasado. No olvido una frase terrible que escuché en una película a una mujer cuya vida no era vida, sino un desgarro: «Lo peor no sería que no hubiera nada después de la muerte, lo peor sería que hubiera otra vida que fuera como esta». Yo he recogido la que me ha tocado y ahí voy, bandeándome, persiguiendo la belleza y la risa y descontando los días para subir a esos trenes imaginarios que llevan a no sé dónde. Por ejemplo, a un piso de estudiantes.
Nací y crecí en una ciudad con una de las mejores universidades de España y esta circunstancia geográfica me procuró una cómoda carrera en los brazos de mis padres y una irreversible y feroz envidia a los nacidos en Berja, en La Línea o en Valdepeñas, resignados a apilar sus apuntes y sus libros en la habitación mal ventilada de un piso de estudiantes compartido. Visité muchos de esos pisos y pasé allí buenos ratos, pero lo hacía como una Cenicienta que a cierta hora había de abandonar el baile y el cachondeo. Granada es la Alhambra, el Albaicín, los bares y un gigantesco piso de estudiantes donde el turbión de la juventud se quema las cejas y otras cosas delante de los libros.
Leo que la proliferación de los pisos turísticos está complicando al extremo la tarea de buscar alojamiento a los universitarios. Los propietarios prefieren ganar más dinero con los turistas y los estudiantes las pasan canutas para encontrar un techo donde colgar el abrigo. Los sueños cambian pero las cuentas pendientes siguen ahí. Y daría la media vida que me queda por pasar cada viernes recalentando macarrones y cerrando la maleta.
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