Granada, 1926
Viaja con un baúl lleno de botellines de una cerveza que acaba de estrenarse en Granada
Manuel Pedreira Romero
Viernes, 7 de noviembre 2025, 23:17
Aún no ha amanecido pero el gallo ha cantado ya muchas veces, como si tuviese prisa por terminar su trabajo y ponerse a otra cosa. ... Ladran los perros. No han dejado de hacerlo toda la noche y apenas ha podido conciliar el sueño, y eso que su conciencia se mueve limpia y fresca como el agua de la cercana acequia Gorda, el Nilo generoso que crearon los árabes hace casi mil años y que ha alimentado la vega y bruñido la hacienda de propietarios como su padre, cuyos campos de tabaco y remolacha puede ver desde su ventana.
No le importa madrugar, así que por fin se baja de la cama. Nota bajo sus pies el frío de las losetas de barro cocido. Le gusta esa sensación cortante y pura. Fue en las losetas lo primero en lo que se fijó cuando entró en el caserón solariego que ha comprado su familia para pasar allí los veranos, lejos de la bulla de los tranvías, de los autobuses y de los coches del centro de Granada. En su caso, la sensación de alivio es aún mayor porque ahora pasa la mayor parte del tiempo en Madrid, donde su carrera ha despegado y donde se ha enamorado como un loco de un escultor.
Granada le inspira igual que le asfixia. Sabe que todo lo que sale y saldrá de su pluma llevará el aroma de su ciudad, la que se apodera tantas veces de sus dedos sobre el papel, la que solo tiene salida por las estrellas. Su mudanza a Madrid, sin embargo, tiene mucho de huida. «Me hace falta salir, ¿lo oyes? Yo me ahogo. Este ambiente provinciano terrible y vacío llena mi corazón de telarañas», le ha escrito a un amigo. Madrid no es París pero sabe a libertad y no huele rancio si uno sabe acompañarse bien. Y compañía es justo lo que no le falta en Madrid, donde los poros de la vida se le han abierto al lado de gente como Salvador, Luis, Rafael o Pepín. Ay, Pepín, que rubia bondad la suya, qué alma tan clara, qué ingenio siempre a punto.
A Pepín y a los demás los verá mañana, cuando el tren le deje de nuevo en la capital. Quiere leerles lo último que tiene entre manos, un puñado de romances que versifican la pena gitana, poemas de luna y de agua, de leche y rosas. Ojalá gusten en la Residencia, aunque no se fía de Salvador ni de Luis, absortos como están en esa vanguardia adánica que desprecia todo lo que se hizo ayer.
Pero esta vez no va solo a Madrid. Lleva un talismán rubio y con espuma. Viaja con un baúl lleno de botellines de una cerveza que acaba de estrenarse en Granada. Sabe a gloria y encima lleva el nombre de la Alhambra. En eso piensa cuando entra en la cocina, revisa el baúl una vez más y abre por fin la ventana. Va a hacer calor.
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