Disparos contra la lluvia
Ha llovido bien, oímos decir mientras le echamos un ojo a la memoria y al barro valenciano
Manuel Pedreira Romero
Viernes, 14 de marzo 2025, 23:09
Prueba la futilidad de nuestra existencia, al menos de la mía, el hecho cierto de que hoy no llueve. Es más, brilla el sol. Un ... sol desmañado y tímido, como desorientado, pero sol al fin y al cabo. Sale el sol y a uno se le van las palabras por el desagüe. Miren, llevamos dos semanas de lluvia ininterrumpida. No nos ha soltado una tormenta cuando ya tenemos a la siguiente abriendo fuego sobre nuestras cabezas. Esto parece San Sebastián pero sin playa y sin Peine del viento, así que a uno se le ocurre echarle unas letras a la lluvia, a pergeñar unas cuantas ocurrencias sin gracia sobre las nubes y su producto cuando, ale-hop, las nubes se largan y lo dejan colgado de la brocha, con el paraguas descangallado y las teclas mohínas.
Han sido dos semanas en las que, crímenes aparte, no ha pasado nada, solo la lluvia. Un agua rotunda, pertinaz como las sequías franquistas, petróleo para los campos, coñazo para moverse de acá para allá hasta dentro de casa, que uno se acababa tropezando con las botas de agua, los anorak y la piragua en el pasillo.
Un aguacero repentino hasta se agradece. Levanta un olor agradable a tierra mojada, borra del aire el humo de los coches y enciende el lirismo huero de los poetas románticos, pero lo de estas dos semanas era innecesario, con perdón para los labriegos.
Ahora este sol resucitado está evaporando todas esas frases molonas que me habían rondado la cabeza, desvanecidas ahora como esos jirones de un sueño divertido que huyen de la memoria al despertarte. Recuerdo haberme asomado a la ventana una de estas mañanas y ver jarrear con tanta saña que era imposible distinguir la lluvia.
Mirando al cielo estos días era inevitable no estar de acuerdo con el loco de Taxi Driver y su anhelo de una lluvia de verdad que limpiara toda la escoria de las calles. Pero no, la lluvia se irá, que ya se ha ido, y la escoria, la que se arracima en las aceras y la que llevamos nosotros por dentro, seguirá ahí.
Ha entrado el sol en la escena y me ha pillado con la masa en las manos, torponas de pronto, tartamudas por esa letanía paciente de la lluvia que se ha marchado. Ha llovido bien, oímos decir mientras le echamos un ojo a la memoria reciente y al barro valenciano, que ha saltado ahora a los autos de los jueces. Ha llovido manso, como sin querer molestar, aunque a mí siempre me molesta y ahora que empezaba a agradecerle sus servicios desaparece y me deja en ridículo. No me gusta que llueva, qué le vamos a hacer. Por eso, como dejó escrito Ramón, cada vez que abro mi paraguas lo que hago es disparar contra la lluvia.
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