Un bufido en Atocha
Agencias, comisiones, mesas observatorios… el personal está harto de tanta nomenclatura inane
Manuel Pedreira Romero
Sábado, 15 de noviembre 2025, 00:26
Miré primero en la Espasa y en una edición abreviada de Larousse que guardaba aún en el trastero, donde por cierto me topé con las ... obras completas de Thomas Pynchon que rescaté de un inmerecido ostracismo. Luego hice una búsqueda en internet, una búsqueda de las rancias, sin inteligencia artificial, un rastreo ochentero que resultó infructuoso. Cedí a la tentación y le pregunté a la IA que todo lo sabe, todo lo interpreta, todo lo resume y todo lo mastica para devolvernos un bolo alimenticio con forma de Oráculo de Delfos. Tampoco.
Descartada mi propia memoria, tan portentosa para folletás como desastrada para lo importante, hice una prospección entre mis conocidos, con preferencia por los mayores. Nada. Me acerqué a las plazas de los pueblos, a los bancos de los parques, a las puertas de los ambulatorios, a los centros de día e interrogué a unos cuantos nonagenarios. Todos me lo negaron, pero uno me escuchó con atención y después se quedó callado sin responderme, absorto, como dudando. Fue como ver un claro en mitad de la tormenta. Mi perseverancia había dado, por fin, sus frutos. Este hombre de mirada taciturna despejará la incógnita que me corroe, pensé para mis adentros. «Está sordo como una tapia», me aclararon entonces sus compañeros de partida y siguieron como si tal cosa, mientras yo salía del centro de día con cara de seis doble ahorcado. Me rendí.
En tres días, con sus noches, fui incapaz de encontrar una sola Mesa del aeropuerto, del ferrocarril, del puerto, del tranvía, de la integración, de la desintegración, de la cultura o de la incultura que sirva para algo además de para aparecer en las fotos. Entrando o saliendo. Seguramente sea un análisis superficial y ventajista, pero es que además de lo anterior soy muy viejo para cambiar.
El panorama político viene encabronado de largo pero es cierto que en los últimos tiempos la distancia entre los bandos se ha agrandado demasiado y ha florecido un sectarismo que es campo abonado para la altisonancia y los gestos estériles, cuando no para los malos modos. A Pepe Moratalla, eran otros tiempos, le acabaron apodando el alcalde carpintero porque en el filo de un peine te montaba una mesa. Agencias, comisiones, observatorios, mesas… el personal está harto de tanta nomenclatura inane que carece de utilidad aparte de para fingir que se trabaja por los contribuyentes y para arrojar piedras al bando opuesto a la primera oportunidad.
El gesto de levantarse de la Mesa del aeropuerto protagonizado por el presidente de la Diputación de Granada habría sido más creíble si en la de Jaén gobernara su mismo partido. «Esos cojones, en Despeñaperros», le espetó Rafael el Gallo al tren que le bufó al llegar a Atocha después de haberle dado una noche infame atravesando Sierra Morena. Pues eso.
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