Mudanzas retrospectivas
En realidad, en España la ambición suprema es cambiar el pasado, transformarlo, hacerlo a nuestros gustos actuales
Manuel Montero
Jueves, 29 de mayo 2025, 23:41
En un aspecto la política española se muestra especialmente antigua y regresiva, pese al aire progre del que se quiere dotar. Las propuestas ideológicas no ... buscan propiamente el futuro, construir una sociedad mejor, igualitaria, eficaz… Cuando en la vida pública aparecen conceptos de este tipo adquirieren un tono vengativo. La idea de eficacia se desconoce –ni está ni se la espera– y la de 'mejor' apenas aparece, sin que se sepa bien qué significa. Sí está presente la 'igualdad', reducida a la de género, pero surge como la oferta de corregir punitivamente el pasado, buscando los culpables de las desigualdades pretéritas e imaginando castigos.
En realidad, en España la ambición suprema es cambiar el pasado, transformarlo, hacerlo a nuestros gustos actuales: que los Reyes Católicos no tomen Granada, que Colón se confunda y no descubra América, que la revolución industrial se hubiese producido sin industria, para no contaminar.
En buena parte de la política referida a la memoria histórica subyace la ambición de cambiar el resultado de la guerra civil, haciendo que ganasen las izquierdas y perdieran las derechas. Simultáneamente, este cambio del pasado añora que las izquierdas de la guerra civil se parezcan a las actuales; y que la derecha actual sea exactamente la de entonces. El pasado al gusto de un presente garbancero.
Sólo sobrevive el ánimo belicista. Porque en la ambición de cambiar del pasado no cuenta la eventualidad imaginaria de que no hubiese guerra civil. Ni tampoco que al término del franquismo se hubiese producido una especie de reconciliación, un consenso democrático. Esto sucedió, pero en la ambición reconstructiva del pasado quiere imaginarse que nunca se dio una transición democrática que mereciera tal nombre.
Así que nuestra imagen del pasado es un perpetuo tejer y destejer. Se asemeja a la tela de Penélope –que deshacía de noche lo que tejía de día–, pero sin el aire épico del mito, sino con el embotamiento de la mediocridad intelectual de la que tan orgullosos empezamos a estar.
La reconstrucción del pasado lleva a la especie de que en el País Vasco no hubo propiamente terrorismo, como mucho víctimas colaterales del 'conflicto' –otra invención del pasado–, y que los antiguos terroristas y hoy puntales del gobierno en realidad son buenos chicos, con pasado algo bruto, pero de fondo noble … y sobre todo antifranquistas, por tanto progres, gente de fiar.
¿Pero hubo alguna vez víctimas del terror? Al mudar el pasado en andamio del presente se requiere su olvido y, si éste no es todavía posible, se procura una especie de desprecio metiendo en un saco a todas las víctimas. El saco diluye a las de distintos periodos históricos y motivaciones.
La deconstrucción del pasado es una frivolidad. Se asemeja a la banalidad del mal de la que hablaba Hannah Arendt. Ahora bien, la manipulación del pasado resulta siempre muy peligrosa. Es un procedimiento mediocre, pero consigue hacer ininteligible el presente y presagia un futuro construido a mamporrazos por parte de ideologías decrépitas y agresivas.
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