Mentir en política
Es más fácil (y cómodo) hacer creer una mentira que una verdad. La verdad exige construir un relato que se adapte a la realidad
Manuel Montero
Jueves, 25 de julio 2024, 23:29
La verdad tiende a ser más increíble que la mentira. Esta, si está bien construida, se adapta como un guante a lo que queremos creer, ... sin flecos que lo pongan en duda. En cambio, la verdad no necesariamente suele acomodarse a las expectativas. Se deriva de la realidad y con frecuencia sigue dinámicas extrañas, imprevisibles.
Las mentiras bien urdidas resultan más verosímiles que las verdades.
Esto, que suele funcionar en el terreno privado –con más dificultades, por la mayor proximidad– es especialmente cierto en la vida pública. Suele seguir un relato que la hace inteligible al ciudadano, en una narración que no es siempre rigurosa con los hechos. Vale adaptar los acontecimientos a determinada versión, no necesariamente transmitir lo que sucede: lo importante es que encaje. El éxito de la mentira es más factible por la capacidad de las instancias públicas de difundir imaginarios.
Es más fácil (y cómodo) hacer creer una mentira que una verdad. La verdad exige construir un relato que se adapte a la realidad, mientras que la mentira nace ya encajada en el relato.
Lo anterior no es un secreto ni resulta una novedad el carácter relativo de las verdad en política –lo observó Hanna Arendt– en la que se dan por supuestos vacíos argumentales, alguna exageración y la reiteración de los éxitos, si los hay. El ciudadano descontará.
La novedad, y lo que se hace insoportable, es la constante relectura del pasado –que ya no fue como fue, sino al gusto de los mandos presentes–, la introducción sistemática de los criterios ideológicos, la agresiva pretensión del bien moral y la fatua vanagloria por los relatos apócrifos que nos venden, con los que nos compran. Pongamos la cuestión catalana: hubo pseudoreferéndum y malversación y fueron delictivos, no una reacción popular a la agresión del resto de España. La amnistía es para mantenerse en el poder con el apoyo de unos delincuentes, no para mejorar la convivencia.
Dadas las limitaciones intelectuales de nuestros mandos, que desde luego no han sido elegidos por su agudeza o preparación, sucede además que predomina la mentira burda, cuentos preadolescentes, repetidos con altanería resabidilla. No pactaremos con Bildu significa que no pactarán con Bildu, no lo contrario. Si el índice de Calidad Democrática de 'The Times' te rebaja de «democracia plena» a «defectuosa», recogiendo cotidianas evidencias, no puedes asegurar que la valoración democrática de España ha mejorado en todos los ránkings internacionales. Si se crea sobre todo empleo precario resulta falso asegurar que mejora la calidad del empleo. «No reconoceré la soberanía marroquí sobre Sáhara occidental» no significa que la reconocerás.
La proliferación sistemática de mentiras toscas proporciona dos desagradables sensaciones. Primero, la de que piensan que, en general, la ciudadanía se traga sus milongas –no tienen buen concepto de nosotros–; y, peor todavía, dan la imagen de que creen fervientemente en lo que dicen. Tener un gobierno que se llegue a creer sus mentiras es una de las mayores fatalidades que pueden caer sobre una sociedad.
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