La llegada del otoño
Si de alguien dicen que está en el otoño de su vida, se sugiere que va para abajo
Según la etimología más aceptada la palabra otoño procede del latín «autumnus», que querría decir el auge del año, debido a que en esta época ... la naturaleza alcanza su esplendor, con la máxima vegetación.
La percepción habitual no se corresponde con esa idea. Salvo los revolucionarios franceses, que lo usaron como comienzo del año –este arrancaba del primero Vendimiario, 21 de septiembre–, queda asociado a la melancolía, a la decadencia. Si de alguien dicen que está en el otoño de su vida, se sugiere que va para abajo. En esto el lenguaje es traidor, pues la metáfora nos reduce a dos estaciones: la primavera de la vida (cuando el interfecto es adolescente) y el otoño, ya en rendimientos decrecientes. No suele emplearse el «verano de la vida», que no asociaríamos a la madurez, sino que el sujeto se pasa el día de vacaciones, sin hincarla, ni decimos de nadie (salvo en el lenguaje compasivo especializado en la tercera edad) que está en su invierno vital, pues sonaría fatal y sugiere que el pobre está para el arrastre.
Así que en el terreno metafórico pasamos sin solución de continuidad de la primavera al otoño de la vida.
En la visión literaria del otoño se impone la nostalgia, la tristeza y la caída de las hojas: hoy es una cuestión mediática, para dar la sensación de que tenemos sentimientos, porque sólo nos preocupa que los días son cada vez más cortos, con el consiguiente recorte de muchas actividades lúdicas.
Da pie también a infinidad de frases que quiere ser poéticas y no siempre lo consiguen, en plan «el otoño nos demuestra lo hermoso que es dejar ir muchas cosas» o «el otoño es una segunda primavera, donde cada hoja es una flor», que es de Albert Camus, pero que descontextualizada desconcierta.
Puede la idea de que es el final triste del año, una época cuyo único consuelo es el retorno del fútbol.
En realidad, afrontamos el otoño sin nostalgias. Es la rentrée, la vuelta a la pelea tras el relajo veraniego. Y no es el final, sino el nuevo comienzo de la lucha pública, que aquí adquiere el aspecto de una guerra ideológica, tras el (breve) descanso veraniego. Este ha sido relativo, por encontrarse la «progresía» con la oportunidad de convertir la Vuelta a España en una especie de kaleborroka nacional, en un presunto apoyo a palestinos, aunque cuesta establecer su influencia sobre la inadmisible agresión israelí.
Llegado el otoño, todo continúa de nuevo: el gobierno procura rentabilizar la mentada kaleborroka, el presidente marcha a Estados Unidos en plan superlíder, sigue la pelea por los jueces, anuncian que quieren exigir catalán por doquier, la coalición electoral cruje: nadie quiere romper pero nadie quiere seguir, todos calculan si habrá elecciones; la oposición, de natural soso, procura arrear en el Parlamento, donde se lo ponen argumentalmente fácil, pero sin debate posible.
El otoño ya no da para melancolías sobre el paso del tiempo. Es el apogeo del año.
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