La llegada
Si alguna vez se produjera un contacto alienígena, si nos salen extraterrestres de bien, sería más que conveniente que tomasen tierra en la vega o en las laderas de Sierra Nevada
Manuel Montero
Jueves, 7 de marzo 2024, 23:31
La cuarta parte de los españoles creen que hay pruebas arqueológicas de contactos con extraterrestres. Además, serán proclives a pensar que hay alienígenas entre nosotros ... y esperarán con ansia el primer contacto 'oficial' con las gentes del espacio exterior.
Por si esta comunidad de creyentes tuviera alguna influencia en los acontecimientos –la fe mueve montañas– hay que confiar en que los nuestros consigan que el primer contacto no tenga lugar en Estados Unidos, como añoran las películas americanas, sino entre nosotros, pues el que da primero da dos veces, y quizás sea la gran oportunidad.
Pudiera ser que vinieran en plan hostil, pero en ese caso igual da que aterricen en Alabama que en Motril; en un santiamén todos liquidados o esclavizados e incluso en tal caso mejor que el trance vaya rápido, sin los sufrimientos de enterarse sucesivamente de la caída de Washington, Londres y Moscú, mientras se van acercando inexorablemente con sus rayos aniquiladores.
Pero si nos salen extraterrestres de bien, sería más que conveniente que tomasen tierra en la vega o en las laderas de Sierra Nevada, pues sería como convertirse en el centro neurálgico del mundo, compensando con creces el despojo gubernamental del centro de inteligencia artificial.
Al margen de que no faltan aquí atractivos para epatar a extraterrestres –no es probable que en los mundos exteriores haya nada como la Alhambra y el Albaicín, por no citar el caballo del ayuntamiento y la fiesta del dos de enero– parece el lugar perfecto desde el que influir en el mundo, si les da por enseñarnos la tecnología positrónica, o para el dominio del planeta, pues caemos más o menos en el centro de la tierra, en la intersección imaginaria (visto desde el espacio exterior) de Europa, América y África. Sólo quedan algo lejos Asia y Oceanía, pero no se ve ningún problema para enviarles una delegación granadina que les cuente los pormenores confidenciales de los primeros encuentros; mucho menos para acogerlos cuando vengan a rendir pleitesía, recibir conocimientos avanzados (que ya tendremos nosotros) o simplemente a saludar.
El aterrizaje granadino de los alienígenas, que tanta rabia daría a los sevillanos y envidia a madrileños, catalanes y neoyorquinos, daría un definitivo espaldarazo a la renovación local.
Ante la magnitud del acontecimiento convendría organizarles un recibimiento adecuado. Lo mejor es lo conocido, pues no son buenas consejeras las improvisaciones. Tras saberse del aterrizaje extraterrestre en la vega, será conveniente que la corporación municipal salga por el camino de Purchil desfilando en formación y traje de gala, como lo hace el día de la toma –así dejaría claro a los visitantes que Granada afronta el futuro, pero no por ello renuncia a su pasado–.
Una vez tengan enfrente a los alienígenas, tremolarán el pendón y la alcaldesa leerá el bando de bienvenida, informándoles de las excelentes comunicaciones de la ciudad, por tierra, mar y aire, del carácter local (desconfiado, pero acogedor) y de las virtudes de la malafollá, gran instrumento para dominar el planeta.
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