Fin del sistema
La quiebra es insólita, pues no se ha clarificado el lugar al que vamos ni anunciado a la ciudadanía
Manuel Montero
Jueves, 7 de septiembre 2023, 23:34
La entrevista entre la vicepresidenta del gobierno y el prófugo Puigdemont representa bien las formas en que se está procediendo a la liquidación del régimen ... nacido durante la transición, para sustituirlo por otro de bases indefinidas y contenidos inciertos. La mutación combina unas actuaciones a la brava y otras a la chita callando. La vicepresidenta sonríe en Bélgica, como si todo fuera una especie de broma, un entremés, y no un acontecimiento inaudito: resulta insólito que un miembro del gobierno se cite con un personaje que marchó de España para escapar de la justicia y que no ha desaprovechado ocasión para poner en solfa nuestras instancias judiciales y políticas. Ahora queda legitimado desde el poder. No vale decir que va como lideresa de Sumar, pues la vicepresidencia es un cargo a tiempo completo.
Aun en funciones, el gobierno actual, probable antecedente del próximo gobierno, ha optado por un camión de legitimidad. No la que se basa en el entramado constitucional del 78 y en los consensos políticos que lo han sostenido durante más de cuarenta años, sino en su sustitución por alianzas con grupos que expresamente tienen la voluntad de eliminar la unidad nacional.
La quiebra es insólita, pues no se ha clarificado el lugar al que vamos ni anunciado a la ciudadanía. Quizás ese sitio quede definido por los pactos que dentro de unas semanas sirvan para renovar el gobierno Frankenstein. No cabe rasgarse las vestiduras. La ciudadanía conocía ya los riesgos de ruptura y, a juzgar por los resultados electorales, una buena parte de ella no tiene en mucha estima los consensos constitucionales ni le afectan las afinidades de Bildu con la violencia. Más bien lo contrario: le va la marcha de la bipolarización.
Esto no obstante, hemos entrado en un cambio de régimen que carece de estilo, pues no va de cara sino subrepticio. No se especifican los defectos del sistema actual que justifican lanzarnos a esta aventura política ni se definen las ventajas paradisíacas que nos traerá un futuro gestado al gusto de Puigdemont y Otegi. Tampoco pueden atisbarse las bases políticas del nuevo régimen, a no ser que se suponga que nuestro futuro consistirá en la pelea permanente entre izquierdas y derechas, sin la posibilidad de puntos en común y con un sistema constitucional a reinterpretar cada vez que cambie la tortilla, en cuanto cuatro diputados caigan en un lado o en otro.
Por lo que se ve, la mutación política en la que hemos entrado tiene en cuenta sólo las necesidades inmediatas para conseguir votos y formar gobierno por los pelos. Lo anticipan los parabienes ante quienes han combatido el sistema constitucional. No anuncia cómo articulará el cambio ni qué ventajas nos traerá bailar al son de Puigdemont, Otegi y el PNV, que nunca se habrían creído en esta tesitura. Cuando la vicepresidenta en funciones le sonríe, el exHonorable, el que se fugó, pone cara de triunfador (con razón). Se verá como fijo discontinuo, la panacea según su interlocutora.
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