Algo ha salido mal. A comienzos de año, el propósito gubernamental, apoyado con entusiasmo por el partido socialista, era comenzar una campaña ininterrumpida de actos ... sobre Franco, una especie de antihomenajes que revivieran o recrearan el antifranquismo, para celebrar a la contra al dictador cuya muerte se produjo ayer hizo cincuenta años.
La campaña se iba a llamar –o se ha llamado, pues no está claro si ha tenido lugar– «España en libertad». Un centenar de actividades y eventos de diversa índole, contaban, «inundarán nuestras calles, escuelas, universidades y museos a partir del 8 de enero».
El proyecto ha fracasado. Si se han celebrado tales actividades y eventos, no han cumplido el objetivo. La inundación no se ha producido. Hubo un acto para inaugurar la campaña, regodeándose en la maldad intrínseca del franquismo y ahí quedó la cosa, sin la secuela de actos para que los asistentes pudieran horrorizarse de aquel pasado, igual que los espectadores de los telediarios y los lectores de periódicos, en un día de la marmota sin fin.
Si se han celebrado –están presupuestados– han pasado inadvertidos. En parte, es una suerte, porque se pretendía celebrar 50 años de libertad en España y otros tantos del inicio de la transición, que en la mentalidad gubernamental habrían arrancado de la muerte de Franco. Sólo la ignorancia podría hacer esta equiparación, pues la transición no arrancó del 20 de noviembre del 75 y hubo que esperar al año siguiente; y la libertad tardaría algo más en llegar.
Así que el proyecto de exhibir una especie de bucle antifranquista no estaba pensado para recordar sino para inducir la memoria histórica a las nuevas generaciones. Crear memorias, urdirlas, moldearlas a conveniencia, es una de las principales tareas de nuestro tiempo, cuya felicidad depende en gran medida de recrear el pasado al gusto del consumidor. Ya lo advirtió Orwell.
Por lo que se colige, no es que al gobierno le hubiese dado un ramalazo de interés por el pasado. El perfil del proyecto sugería más bien que la campaña estaba concebida para fustigar a la derecha, asociándola con la dictadura y difundiendo sospechas sobre su vocación democrática –cuyo monopolio, sorprendentemente, se lo atribuye esta izquierda, pese a sus barrabasadas populistas–. Todo vale para el convento, si sirve para escindir y polarizar.
Con tales propósitos político-ideológicos, extraña que la mentada campaña se haya quedado en nada, con la de compañeros que habrá dispuestos a trepar organizando aquelarres historicistas.
Desechando la posibilidad de que lo dejaran por constituir un despropósito, no tiene fácil explicación el fracaso de ese proyecto que sonaba a prioridad gubernamental. Todas las hipótesis señalan problemas graves (para sus mentores): puede ser por ineptitud, por paralización política ante el montón de problemas generados por la corrupción, porque la militancia socialista está desfondada o porque en realidad el propio anuncio era mera propaganda, sin contenido real.
Así que nos hemos quedado sin los homenajes antihomenajes cuya propia concepción paleoideológica nos auguraba momentos de solaz, asombro y esparcimiento.
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