María Moliner, el diccionario
No solo definía las palabras, sino que ofrecía sinónimos, contextos de uso y aclaraciones gramaticales propias de algo tan complejo como el uso.
Manuel Molina
Sábado, 12 de abril 2025, 23:53
En el vasto universo de las letras hispánicas, pocas figuras resultan tan entrañables y fundamentales como la de María Moliner. Esta bibliotecaria, filóloga y lexicógrafa ... aragonesa no solo emprendió una tarea titánica —la redacción de un diccionario completo en solitario—, sino que dejó un legado que desafía las estructuras patriarcales del conocimiento y la lengua. Su 'Diccionario de uso del español' (1966) no solo complementó sino que, en muchos sentidos, superó al de la Real Academia Española (RAE), en claridad, riqueza y variedad de ejemplos y, sobre todo, orientación práctica. María Moliner (Paniza, Zaragoza, 1900), ya desde muy joven mostró una inclinación natural y talentosa por los libros y el estudio, lo que la llevó a licenciarse en Filosofía y Letras, ojo, en una época en que pocas mujeres accedían a la educación superior. Moliner se convirtió en un ejemplo de vanguardia y constancia intelectual.
Fue bibliotecaria del Cuerpo Facultativo, impulsó desde los años treinta la creación de bibliotecas rurales, convencida de que la cultura debía estar al alcance de todos. La anécdota más célebre de su vida tiene sabor a justicia poética. En 1972, la RAE eligió nuevos miembros. Se barajó el nombre de María Moliner, propuesta por figuras destacadas como el reconocido Dámaso Alonso. Sin embargo, la Academia no la eligió. Se dice que uno de los académicos, interrogado sobre las razones, contestó: «¿Una señora que ha hecho un diccionario?». La frase, además de misógina, revela el profundo desconocimiento del trabajo de Moliner, quien no «hizo un diccionario», sino 'el diccionario'. Uno que explica usos, que a diferencia de los textos normativos de la RAE, se centra en cómo se habla realmente. Escribía en su casa, a máquina y a mano, y corregía incesantemente, rodeada de papeles, libros y fichas. Su hijo relató que trabajaba incluso en la cocina, donde pegaba notas en los armarios. No solo definía las palabras, sino que ofrecía sinónimos, contextos de uso y aclaraciones gramaticales propias de algo tan complejo como el uso. Su objetivo no era normativo, sino facilitar la comprensión y buena utilización del idioma. En tiempos en que el trabajo intelectual femenino era invisibilizado o considerado menor, María Moliner construyó una obra colosal que aún hoy sirve de referencia.
La lingüista y académica Inés Fernández-Ordóñez ha dicho que su diccionario «tiene algo de novela de aprendizaje», porque acompaña al lector en su búsqueda de la palabra justa, como lo haría un maestro generoso. El escritor Andrés Neuman lo ha creído así y nos ofrece su reciente obra 'Hasta que empieza a brillar' con el diccionario y la autora como protagonistas. En un país donde el lenguaje aún refleja estructuras de poder desiguales, recordar a María Moliner no es un gesto nostálgico, sino un elevado acto de justicia. Su diccionario no es solo una herramienta lingüística, sino un símbolo de resistencia. Ella no necesitó ocupar un sillón académico para demostrar su autoridad: le bastó una máquina de escribir y una voluntad férrea para esculpir en palabras una obra eterna.
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